emerge en silencio
el instinto de la supervivencia –
en la mañana, fue un beso
que cantaba con sed
unas variaciones sobre la tristeza:
una tarde de luz en el que el mar parecía
empedrado de aluminio, de peces sacados a flote
por un polvo triste que les soplaba por encima
como si fueran estrellas transitorias
que se cernían como velas moribundas
en la madrugada desencantada
por la claridad –
el tinte virgen de las aguas fue un engaño de purificación,
a ellas las vi extenderse en el capullo de la vida,
y desplegar sus alas – cual mariposa entretejida
por una caligrafía acuosa que buscaba
la libertad anhelada, tratando de despertar
más rápido que la mañana –
los últimos oropeles de un paraíso perdido
se desahogaron en líneas arenosas como el poeta
canta sobre el coral las maneras en la que se puede vencer el naufragio,
y poder ser árbol, y aferrar la vida en el tronco del viejo roble caído
y con su leña avivar el fuego, tembloroso de tanto frío –
cuando nació la luna, se dejó llevar por el aire,
por donde acaba el aliento, como un cuerpo ceniciento
que iba entonando notas luctuosas de un infausto lamento,
arrancando los últimos suspiros que paseaban radiantes
ante una luz solar inclinada al lado de las nubes deshilachadas,
y si tuviésemos la fuerza suficiente, podríamos haber corrido
de los espacios, de los huesos que a rabietas nos sostenían,
desprendiéndonos de nuestra piel como los tallos agrietados
de los girasoles que se agachan
a través de los conos de nieve, con un cadáver
a cuestas – y así la eternidad nos grita con burla,
que todo lo que somos, seremos también mañana.
Camila Ponce Hernández (2002, Anaco, Venezuela) estudia letras inglesas en York y escribe poesía bilingüe. Instagram: @milawritess
Banner: Fragonard, Jean Honoré. Mountain Landscape at Sunset. C. 1765, National Gallery of Art, Washington D.C.