Poesía

Elegía a mi gato

Por Juan Carlos Calvillo

A la manera de Edward Gardner

¿Es verdad que te fuiste, mi querido
compañero de juventud? ¿Es cierto
que te arrancaron de este fiel amigo
que te adoraba? ¿No te redimieron
tu gran benevolencia y devoción?
¿No hay más remedio que decirte adiós?

Si tengo que entregar aquí tu cuerpo,
ya rígido, aterido bajo el toque
de la muerte, yo sé que cuando menos
encontrarás reposo en este bosque
a la sombra del sauce, que te llora
y que guarda por siempre tu memoria.

Y no pienses que sólo por que dio
en el blanco la flecha del arquero,
ni porque al fin y al cabo consiguió
robarme el último de tus alientos,
olvida el corazón su deuda eterna
ni sepulta el cariño en esta tierra.

Si una lágrima exige tu recuerdo,
mi gatito, un caudal inagotable
brotará hasta regar este pequeño
sepulcro, la arboleda en la que yaces,
y el punzante dolor de la tristeza
habrá de transformarse en vida nueva.

Sabes que amé esta vida que vivimos
juntos, la procesión de las mañanas,
nuestro peregrinar aún dormidos;
sabes que fue un honor que ronronearas
con mis caricias, y que fuiste tú
quien me hizo digno de la gratitud.

Ya no deleitarán tus travesuras
cada día; ya no calentarás
nuestra cama las noches taciturnas
del invierno; ya nunca habrá un manjar
dispuesto para ti, como era antes;
ya nunca quedará más que extrañarte.

Y jamás volverá ya tu maullido
a derretirme el corazón, ahora
que el silencio se ha vuelto tu destino;
¡cómo me entusiasmaba oír sus notas
de ternura! ¡Qué gala de clamores
cuando llegaba a casa por la noche!

Te pido, por favor, no me condenes
si aquel infausto día yo no estuve
ahí, al lado tuyo, como siempre,
si no me despedí cuando aún el lustre
de una galaxia refulgía en tus ojos,
si no te acompañé y te fuiste solo.

¿Ya quién va a protegerme de ratones?
¿Quién va a leer conmigo en el insomnio?
¿Quién va a dejarme, como yo tus flores,
tributos a los pies de mi escritorio,
si ya no estás conmigo, mi gatito,
si ya se me acabaron tus suspiros?

Ahora es libre el gorrión de transitar
sin miedo los senderos del jardín,
y tu presa de antaño anidará
en tus ramas; también el colibrí
vendrá de cuando en cuando, y con el tiempo
empezará a confiarte sus secretos.

¡Adiós, Enano! Y que en la faz del mundo
todos los gatos buenos sean amados
como lo fuiste tú, y que en el curso
de su vida, una sola vez si acaso,
el hombre más afortunado alcance
a ser amado como tú me amaste.

† 16 de diciembre de 2020


Juan Carlos Calvillo (Ciudad de México, 1983) es poeta, traductor y Profesor-Investigador de tiempo completo en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México.


Banner: Manet, Edouard. A Cat Curled Up, Sleeping. 1861, Metropolitan Museum of Art, Nueva York.

Poesía

Dos poemas de Jorge Meneses

I.

Una casa es un muro que se prolonga

una enredadera que extiende su largo y verde brazo

y abraza el vacío de una habitación que no existe hasta entonces.

Una casa es una frontera al acecho de los bárbaros

que asoman sus caras barbadas a las puertas y ventanas

porque en la mesa hay pan caliente 

recién salido del horno de piedra.

Una casa es una caverna.

Una casa es una jaula para fantasmas 

que no renuncian a la esquina que los cobija

aves raras que no vuelan pero sí gritan.

Una casa es un muro largo 

que envuelve el cuarto de los niños

que no será nunca el cuarto de los niños

porque he renunciado a la paternidad.

Una casa es una afrenta a lo desconocido

mas detrás de sus murallas nada se conoce.

Yo no tuve casa.

Fui nómada.

El aire fue mi barca

y en mi espalda llevaba los fardos, la carga.

Apenas traspaso una puerta quiero irme.

Pero hay que casas que aprietan

que cazan

son animales salvajes que acechan en las esquinas

en la oscuridad de una calle tranquila.

Esta casa que habito me mantiene preso.

Trato de huir

pero cuando encuentro por fin la puerta

una suave voz advierte que llegue lejos

y el cemento se estira

pues una casa es un muro que se prolonga

que se prolonga

y sigue

sigue

sigue…

II.

Hay una herida abierta

y en la herida corre un río de aguas claras, limpias

y a manera de homenaje este río me lleva en hombros.

De mi frente brota la rosada flor

de fragancia deliciosa

que embriaga de alegría los corazones de los que están a la orilla

cantando en un idioma extranjero el encuentro fortuito.

Lágrimas salen de mis ojos y se vuelven río

y yo me vuelvo uno con el agua

un agua que limpia la herida abierta

un agua que se vuelve espuma, algodón de agua

un agua que se disuelve por fin en el estallido final contra la roca.

Que nadie sufra:

En el río permanecerán los pétalos rosados de fragancia deliciosa

escamas rosadas de una víbora diáfana que custodia mi herida abierta.

Poesía

Un chico puede usar un vestido, por John Bosworth

Un chico puede usar un vestido

Un chico puede usar un vestido
        en arroyo o en
precipicio, por Dios o por
      la cala oscura del diablo.
Un chico puede usar un vestido
    comprado con una latita
repleta de cerezas en el día
    que su papi cae muerto.
Un chico puede llorar en su vestido
    —en navío o en avión puede
dormir con su vestido,
    bailar con su vestido,
coquetear con su vestido      
 a la flama del bar del hotel.
Váyanse todos directo
      al paraíso, es despampanante
en su vestido de algodón azul,
    ¡simplemente hermoso! Nada puede
evitar que vuele
      nuestras cabezas, que derrita
mi corazón de esa manera.
      Nada puede detenerlo.
Rumbo al velorio de su papi,
      habrá quien critique
su vestido, quien frunza
      el ceño al verlo,
así que él gira y  gira
        hasta que el vestido es su propia
        pregunta sin responder, des-
velando las razones por las que
      se despierta en las mañanas como
rayos x de colores por debajo
    de tus colores, tu
alma cigoto, tu giro desnudo—



John Bosworth estudia en la University of Texas, en Austin. Fue ganador del premio Aliki Perroti and Seth Frank Most Promising Young Poet Award en 2018. Actualmente trabaja como becario de poesía en Bat City Review.

Traducción de Marcela Santos.