Cultura

Nuestras lecturas favoritas de 2021

Como en 2020, en Desvelo adaptamos el ejercicio de «Los mejores libros de 2021» a uno bien sencillo: compartirles pocos libros que cada uno disfrutó especialmente durante los meses pasados, sin importar su año de publicación y país de origen. Acá mencionamos novelas y ensayos, manifiestos urgentes y libros de historia; autores como Hermann Hesse, Saidiya Hartman, Bárbara Jacobs y George Sand. La lista es heterogénea y, como el proyecto en sí, su objetivo es dialogar entre nosotros, conocer lo que los demás descubrieron este año y expandir nuestras lecturas: esta vez tenemos un invitado lector que contribuyó a nuestra lista.

Esperamos que hagan clic con algún título, y que ustedes también compartan sus lecturas como caramelos. ¡Feliz año nuevo!

De Armando:

Pnin, de Vladimir Nabokov

Por un lado, Pnin es Nabokov en su punto más accesible. La novela es corta, ágil, y tiene en su centro a un protagonista tragicómico y entrañable, Pnin, con el que es fácil empatizar. Es posible que el capítulo que nos lleve al llanto sea también el que nos haga reír en voz alta. Por el otro, el mundo de Pnin es aquél de los émigrés rusos en los cincuentas, uno lleno de soledad, de los muertos de la revolución y el holocausto. Además, no deja de ser una novela de Nabokov: abundan los juegos literarios, los dobles sentidos, códigos y espejos. Éste es un libro que ofrece algo para cualquier lector, y es especialmente bueno para romper el prejuicio de las personas que imaginan a Nabokov como un esteta inmoral, desconectado del mundo y su dolor

Ada or Ardor, también de Vladimir Nabokov

Ada or Ardor es Nabokov sin restricciones, y por lo tanto un texto más difícil. Mi edición tiene casi quinientas páginas, que comienzan con unos capítulos que parodian la complejidad genealógica de las novelas rusas del siglo diecinueve y pasan por una sección particularmente opaca dedicada a la filosofía del tiempo de uno de los protagonistas. A pesar de su dificultad, Ada lo vale, sin pensarlo dos veces. Tiene algunas de las páginas más hermosas que he leído y momentos de una intensidad emocional sobrecogedora. Al igual que lo mejor del resto de sus otras obras, Ada enseña a leer con cuidado y a ver el mundo con más colores y texturas al cerrar el libro. Lo recomiendo en particular para las personas convencidas del genio de Nabokov, que disfrutan su pirotecnia verbal, sus delicadísimas imágenes y su música.

Días de tu vida, de Bárbara Jacobs

No sé de nada que se parezca a Días de tu vida, la extraordinaria novela más reciente de Bárbara Jacobs. El monólogo continuo de Patricia, su hermana y la protagonista en agonía, es una asociación libre compuesta por pequeñas oraciones en minúsculas que no suelen rebasar las tres palabras antes del punto y crean un flujo que captura nuestra atención y emociones. La novela de Jacobs impone una lectura lenta pero con un ritmo constante, contraria a las novelas híper-ágiles que se pueden consumir en una hora o dos sin significar gran cosa. Y como las oraciones son muy pequeñas, cada palabra importa y crea una experiencia de lectura profunda que compenetra con el lector.

A pesar de que la voz de la narradora es la de alguien en el lecho de muerte, su vitalidad y carisma hacen que su amor por la vida supere cualquier angustia. En esencia, la pesadez y sobriedad de la muerte se ve pequeña junto con el gozo de haber vivido y la esperanza de reencontrarse con sus muertos. La novela de Jacobs es un triunfo que afirma la vida.


De Camila:

En la Tierra somos fugazmente grandiosos, de Ocean Vuong

«Querida Ma», dentro de la cabeza del narrador – o podría haber sido su corazón – el nombre comienza a retumbar, como la canción de una campana, «Estoy escribiendo para llegar a ti, incluso si cada palabra que pongo es una palabra más lejos de donde estás». Y aunque sabe que su madre es analfabeta, su educación terminó a la edad de 5 años después de que una redada de napalm destruyó su escuela en Vietnam, y así, todas sus horas y su dolor se doblarán en papel y se guardarán, las palabras seguían cayéndose, prendiéndose a fuego a medida que avanzaban. 

Vuong entiende profundamente la elocuencia de la violencia, y sus palabras vibran con un salvajismo rojo, floreciendo, sacando tanta sangre de la historia como sea posible. Vuong muestra los sentimientos de su narrador, Little Dog, como el agua encamina sus olas, y uno sólo puede asumir que él debe haber dibujado en alguna fuente de dolor dentro de sí mismo, creciendo en los Estados Unidos, queer, y el hijo de un inmigrante. Vuong escribe como si estuviera abrazando sus recuerdos por la última vez, como si los estuviese incrustando en la superficie de su piel. Sus palabras son tan suaves como una capa de tela sobre el cuerpo que se envuelve contra el frío; pero a veces tienen la tendencia abrasiva de rallar las páginas, como la raspadura de una piedra que afila a una hoja. A menudo, el alfabeto parece transmutarse en horquillas incoherentes, vacilando como si fuera un sueño desgastado. 

El resultado es un libro que no se puede describir sin tomar prestado algo del lenguaje propio del autor: «No te estoy contando una historia sino un naufragio, las piezas flotando, iluminadas, finalmente legibles».

País de nieve, de Kawabata Yasunari

el mar agitado

extendiéndose hacia Sado

la Vía Láctea*

– Matsuo Bashō

El haiku evocador de Bashō se cita al final del libro mientras un personaje principal comienza a contemplar las pequeñas gotas de fuego que, en contraste con el ambiente tranquilo de un país hecho de nieve, flotan en el aire, ardiendo de furia y desencanto, pero protegidos por el esplendor absoluto de la Vía Láctea. La sublimidad de un firmamento bajo el cual la existencia se manifiesta en forma de la belleza y la tristeza. 

Así se desarrolla la experiencia tangible de leer la prosa de Kawabata. Su estilo minimalista y conmovedor. Su voz sincera y nostálgica. Una melodía única en una noche tranquila en medio de una corriente de estrellas centelleantes. Principalmente, País de nieve es un cuento de amor. Una aventuraromántica. Un hombre arrugado por su propia frialdad, casado con un par de mujeres etéreas. Mujeres que le dan todo lo que tienen. Un despliegue dramático de cada emoción. Un abismo de vulnerabilidad. Un comportamiento obstinado que ni siquiera considera renunciar a todo lo que está destinado al fracaso. Una relación que estaba destinada a perecer frente a las montañas blanqueadas, incluso antes de que empezara. 

Este libro rebosa de nostalgia, de las delicias de la naturaleza. Una belleza sencilla, la belleza japonesa, pura, no adulterada; una que se niega a caer bajo el hechizo de la modernidad occidental; tratando desesperadamente de preservar sus tradiciones y valores. El mundo de una geisha. Lección tras lección sobre cómo entretener a otros con el corazón roto.

*mi traducción de la interpretación en el inglés

Siddhartha, de Hermann Hesse 

La simple elocuencia de este libro bien puede ser incomparable en toda la literatura. Como muchos lectores, supongo, al principio pensé que el Siddhartha de Hesse sería la biografía del Buda Gautama, también conocido como el príncipe Siddhartha. De hecho, incluso la estructura narrativa parece imitar las enseñanzas del Buda: la primera parte con sus cuatro capítulos podría insinuar las cuatro verdades y la segunda parte, con sus ocho capítulos al Camino Óctuple. Incluso cuando el mismo Buda aparece como un personaje en la historia, podría ser visto por un tiempo como el doble del héroe, a quien se enfrenta, niega y finalmente acepta como su espíritu gemelo. 

Sin embargo, el libro no sigue esta trayectoria supuesta. El Siddhartha de Hesse elige su propio camino, negándose a ser un seguidor del «Ilustre». Por lo tanto, la estructura dual del libro incluye a una vista más cercana tres edades en la vida del héroe, cada uno de ellos completado con un despertar, una epifanía. Así, la novela resulta ser, aparte de una novela de ideas, también un bildungsroman. Fue la manera más fácil para mí, debido al título y a las referencias míticas en el texto, ofrecer fragmentos de filosofía budista como claves de la lectura. Sin embargo, el conocimiento de ella no es necesariamente un requisito, ya que al final, el libro llega a describir a la búsqueda arquetípica hacia el significado del mundo y el Sí Mismo. Y poco a poco, página a página, las alusiones eruditas se vuelven menos importantes, mientras que el viaje de Siddhartha se convierte en lo nuestro, lo universal; tocando y cambiando para siempre nuestra alma haciéndonos creer, incluso es sólo por un tiempo, que levantamos el velo y vimos lo desconocido.


De Azucena:

Historia de las alcobas, de Michelle Perrot 

En las alcobas ocurren los acontecimientos más importantes de la vida: el nacimiento y la muerte, el sexo y la secrecía, los sueños y las pesadillas. Historia de las alcobas es un paseo narrativo por imágenes cotidianas de esta vida privada en Occidente. Perrot nos abre la puerta igualmente de la majestuosa cámara de Luis xiv, de las habitaciones de obreros, de niños, de enfermos y moribundos, de escritores como Proust, Kafka y Woolf. Hace una sabia parada en el rechazo a lo doméstico, propio de las feministas, los existencialistas y los aventureros fogosos, y también coquetea con el picaporte de las habitaciones de hotel. 

La historiadora argumenta con obras literarias. Cuando escribe, por ejemplo, que tener una habitación propia garantiza la independencia de las mujeres, robustece su afirmación con el monólogo de Faunia, la protagonista de La mancha humana de Philip Roth: una noche Faunia se queda a dormir en el cuarto de su amante y al día siguiente lamenta su impulsiva decisión, pues “dormir en la propia cama es de una importancia vital” para una chica como ella. Imposible ignorar la osadía de una científica social que, en pleno siglo xxi, esgrime la literatura como fuente documental legítima.

Sarrasine, de Balzac 

El escultor Sarrasine ha pasado su vida observando cuerpos femeninos en busca de rodillas pequeñas, manos y cuellos esbeltos y hombros pálidos para esculpir “la figura perfecta”. Durante un viaje a Roma, el artista asiste a un número de Zambinella, una hermosa estrella de ópera, y reconoce en la cantante las formas deseables que antes sólo encontró en múltiples mujeres. La viva imagen de su obsesión inspira su mejor escultura, pero una noticia escandalosa perturba por completo el significado de su visión. Sarrasine es una lectura placentera por un sinfín de motivos: el retrato de la vida urbana en París del siglo xix; el irónico escándalo sexual; la narración ágil en forma de chisme. Todo en la novella confirma que la obra “fresca” o “disruptiva” no es, necesariamente, la contemporánea.

Indiana, de George Sand

Indiana se casó a los dieciséis años con un ex oficial del Ejército francés y su tediosa vida cotidiana la ha enfermado desde entonces. En su triste afán de supervivencia, y como Madame Bovary, la joven busca pasión como bocanadas de aire. Así se enamora sin remedio de Raymon de Ramière, su vecino apuesto, rico y elocuente, sin saber que aquél ya ha seducido y embarazado a su mucama. Basta con este pincelazo para exponer la naturaleza canalla del hombre que atormentará a la heroína. 

Con Indiana, George Sand —el seudónimo masculino de Amantine Lucile Aurore Dupin— afianzó la fama entre los círculos literarios. Hoy la novela tiene un interesante revés anacrónico: se discute si la obra es “feminista” o no porque el origen del drama está en la vulnerable posición de las mujeres bajo el Código Napoleónico, en particular su incapacidad de divorciarse y poseer tierras. El adulterio, el drama, la rivalidad entre hombres y la institución que encarna cada personaje (el “régimen de representatividad” que ciertos críticos han observado en la tradición realista) rápidamente hicieron del título un clásico de la literatura francesa. Sin embargo, Sand tomó apenas unos elementos del género y los desechó con la misma facilidad. La habitación circular de Indiana es, en este sentido, ilustrativa: al adentrarse en ella sus pretendientes ingresan a un mundo luminoso, plagado de ilusiones, espejos y fragancias, y quedan atontados. En la alcoba rosada se desdibujan los límites del opresivo mundo social que habita Indiana, y se le permite a la heroína, si a veces, respirar. 

De Fiacro:

How to Blow Up a Pipeline, de Andreas Malm

Este año tuvo lugar la COP26 y fue un espectáculo desolador. De seguir como vamos, para 2100 se estima que la temperatura del planeta incrementará entre 2° y 3°C. Hace cinco años, el objetivo del celebradísimo acuerdo de Paris era mantenernos en 1.5°C, lo cual implicaba hambrunas, sequías, desplazamientos, incendios e inundaciones en el terreno de lo manejable. Estamos muy por encima de eso. How to Blow Up a Pipeline es un manifiesto con una propuesta muy sencilla: dada la situación actual, el ambientalismo necesita comenzar a utilizar la violencia como herramienta política. La idea es contundente y polémica. La mayoría de las principales figuras en el ambientalismo se han declarado abiertamente en contra de ella y sin duda hay múltiples argumentos en contra. Sin embargo, Malm hace un excelente trabajo delimitando de qué tipo de violencia estamos hablando (únicamente contra la infraestructura petrolífera), cuáles son las virtudes de esta herramienta, y cuáles son los vicios del ambientalismo como lo hemos visto hasta ahora. Sin importar si uno está de acuerdo con Malm, How to Blow Up a Pipeline ofrece una mirada fresca al problema más grande de nuestro tiempo.

El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde

Mi primera lectura de Dorian Gray fue durante la secundaria y desde entonces había sido una astilla en mi conciencia. En su momento, me pareció un libro extremadamente descriptivo y, siendo un puberto impaciente, lo abandoné en plena descripción de una cortina. Casi 15 años después ha sido una sorpresa ligeramente macabra regresar a Wilde y encontrar una lectura tan rica. Estoy seguro que Dorian Gray ofrecerá cosas distintas para cada lector. En mi caso, mi interés inicial por el diálogo con lo ensayos de Sontag sobre la naturaleza del arte, pronto fue suplantado por las discusiones sobre la moral cristiana, la torturada homosexualidad de Wilde y la, primero seductora, y en última instancia patética persona de Lord Henry. Para quien esté cansado de los pesados años que hemos tenido, Wilde ofrece una muy parcial reflexión sobre el hedonismo, sus virtudes, y sus peligros.

El ministerio del futuro, Kim Stanley Robinson

Se ha escrito sobre la Crisis Climática desde hace más de 50 años. No obstante, ha sido hasta años recientes que ha comenzado a incrementar la popularidad de su ficción. Imaginarnos el futuro que nos espera es, en mi opinión, una labor crucial que ha estado demasiado ausente de los movimientos ambientalistas. Más allá de los grados, los datos y las estimaciones, la movilización política suele venir de un lugar emocional. Crear narrativas sobre dónde estamos y a dónde vamos es urgente. En este sentido, El ministerio del futuro ha sido una de las lecturas más populares entre los activistas del movimiento. El libro comienza con una narración de cómo una, por ahora ficticia, ola de calor termina matando a cientos de miles de personas en la India. La descripción es progresivamente aterradora y sirve perfectamente para ilustrar el peligro que tenemos en puerta.


De Fernando Bañuelos:

La isla, de Judith Martínez Ortega

Judith Martínez Ortega llegó al penal de las Islas Marías un 31 de diciembre para trabajar como secretaria del entonces director, el general Francisco J. Múgica. La isla recoge una serie de viñetas sobre “aquel año de incendio” que Martínez Ortega pasó en el Pacífico antes de volver a la capital y hacer fortuna como coleccionista y restaurantera. Mitad chismógrafo y mitad diario, el libro de Martínez Ortega describe vidas tensas en que el ritual y la vigilancia muy apenas pueden mantener algo parecido al orden, algo parecido a la paz. Conforme avanza el año, reos y colonos (incluyendo a la autora) se erosionan poco a poco bajo el peso de la crueldad, el aislamiento, la cotidianidad de las tormentas. “Estaban hechizados por el mar, por las noches magníficas que se metían por las ventanas y llenaban los cuartos de estrellas, por la brisa que estaba toda perfumada con el viejo olor de la sensualidad.” Dos tragedias: La isla es el único libro publicado de Martínez Ortega (1908-1985), se reeditó una sola vez (que yo sepa), en 1959.

Estilo, de Dolores Dorantes

¿Quiénes son las nenas que hablan desde las páginas de Estilo? Dicen: “Este es un libro que no existe.” Dicen: “Te tenemos rodeado.” Dicen: “ Queremos que nos tapes la boca.” Dicen: “Somos espacio y somos superficie.” Dicen: “Somos adolescentes armadas cruzando la frontera.” Dicen: “Danos la presidencia.” Estilo es un poemario hecho de fragmentos chamuscados que sugieren una explosión: esquirlas. Al igual que Querida fábrica (2012), el libro que Dorantes publicó inmediatamente después, Estilo se ha leído como una respuesta desde la proverbialmente enrarecida poesía mexicana actual a La Guerra. Su retórica remite a los titulares de esos (estos) años, sí, pero la violencia que ordena (desordena) los libros de Dorantes es sólo suya, una violencia sobre la lírica, sobre la idea de que los poemas se-tratan-de-algo, sobre la idea de que un poema, un libro, un texto es algo que se parece a una persona.

Wayward Lives, Beautiful Experiments, de Saidiya Hartman

Saidiya Hartman ya había escrito dos libros buenos y entonces escribió uno radiante. En cada capítulo de Wayward Lives, Beautiful Experiments, Hartman trata un documento de la persecución y explotación de afrodescendientes en ciudades norteamericanas a inicios del siglo XX. Su “argumento académico”, por así decirlo, es convincente (donde muchos testigos de la “sociabilidad negra” han visto patología, ella ve experimentación y voluntad de escape), pero lo que brilla es su prosa y su técnica narrativa: Hartman escribe con la soltura de una novelista (algunos de sus pares académicos la han acusado de serlo). Además, usa la terminología más exaltada de los estudios culturales norteamericanos y encuentra lo bello que alguna vez hubo en ella, la forma en que sirve para iluminar un par de momentos de dolor o rebeldía en la vida de una persona. El libro es largo y no siempre mantiene el mismo nivel, pero algunas de sus páginas son (perdón por insistir) luminosas. No estetiza ni intenta redimir la miseria e hipervigilancia del ghetto: busca mostrar los momentos de sagacidad o ternura en que, fugazmente, el futuro parece posible.

Ensayo

Contra los astronautas

Hace algunos meses, un episodio de Saturday Night Live causó revuelo entre la pequeña audiencia que conserva. La razón del alboroto fue sencilla: el billonario Elon Musk sería el presentador de aquella noche. La mayor parte de los números de comedia fueron mediocres, con algunas excepciones que rayan en lo grotesco; pero el verdadero espectáculo fue el monólogo. Durante 10 minutos Musk y su madre se dedicaron a balbucear sobre criptomonedas, emprendedurismo y los sueños del magnate de lanzar coches al espacio. Con caras robóticas, ambos recitaban diálogos mal aprendidos y, en una línea que no me ha dejado hasta la fecha, Musk dice: “to anyone I have offended, I just want to say that I reinvented electric cars and I’m sending people to Mars on a rocket ship.

Did you think I was also going to be a chill, normal dude?”

Nací en 1994, en una familia mexicana de clase media alta. Entre mis primeros recuerdos están las tardes que pasaba con mi padre en las que jugábamos con mi set de Indiana Jones −siempre tuve una fascinación por los juguetes chiquitos−. Recuerdo tomar las momiecillas de plástico, las moneditas doradas que resguardaban, y pensar con entusiasmo la vida que me deparaba el futuro. Ansiaba crecer y convertirme en ese explorador que descubriría jeroglíficos en tumbas perdidas. Mis padres, médicos los dos, nunca amedrentaron mis aspiraciones primero arqueológicas y después las de convertirme en un famoso inventor. Sin embargo, pasaron los años y olvidé las excavaciones y los artilugios. No fueron rupturas ruidosas, más bien lentas. A mi madre la asaltaron a punta de pistola y las calles por las que regresábamos se sentían diferentes. En la escuela me enseñaron el ciclo del agua, y me dijeron que en los próximos años habría menos y menos. Mis padres se esforzaron por nunca hablar de dinero frente a mí y mi hermano, que recién llegaba al mundo, y fuimos afortunados de tener ese privilegio. Pero en la escuela mis compañeros me contaban de sus casas de campo y sus familias españolas. En algún momento dejé de soñar con la ilusión que tienen todos los niños, en mi mente se asentaron aspiraciones distintas, las necesidades que caen con los años.

El 11 de julio de 2021, Richard Branson y tres acompañantes viajaron al espacio. Desde que uno habla de ese lugar inhumano, el espacio −tan distinto de nuestros pequeños espacios aquí en la Tierra− la frase adquiere una densidad inquietante. Sospecho que uno la escucha con una sensación muy distinta a la que producían los pasos de Armstrong hace 50 años. Hoy, como siempre, sigue siendo un esfuerzo descomunal desprenderse del planeta y mantener a un puñado de humanos vivos en la explosión metálica que se catapulta a las fronteras de los cielos. Aun así, la hazaña es distinta. Lo que el siglo pasado presumíamos como el logro más grande de la humanidad hoy lo leo con desprecio.

Una semana después que Branson, Jeff Bezos hizo el mismo viaje con su propio cohete; en su aventura lo acompañaron su hermano, la astronauta de 82 años Wally Funk y un adolescente de 18 años que se sumó casi por accidente. En las grabaciones uno los escucha dar grititos de emoción. Alegres dan vueltas en gravedad cero, se lanzan pelotas y caramelos los unos a los otros. A su regreso, una reportera recibe a Bezos que vuelve al planeta vestido de vaquerito espacial. Él y su hermano, sonrientes, mandan saludos a sus padres, como orgullosos de haberse sacado 10 en sus exámenes. Ella les pregunta: “This was your dream. But for all those millions of Americans who are watching this and are saying this is a joyride, it has nothing to do with me. What did you experience that matters to all Americans?” No tengo la fortuna de contarme entre esos millones de “americanos”, pero imagino que, para ellos igual que para mí, no significa nada.

Existen pocos argumentos en favor de esta nueva carrera espacial. En un tono sombrío, Stephen Hawking predijo en 2017 que a la humanidad sólo le quedaban 100 años en el planeta Tierra. De cara a cada vez más problemas de escala planetaria, Hawking sostenía que era indispensable convertirnos en una especie interplanetaria, bajo el precepto de que, si un cataclismo devastara uno de nuestros hogares, eso no implicase la extinción de todos. Parece una idea simple, casi sensata: no pongas todos tus huevos en la misma canasta. Pero no es tan fácil de sostener. No es coincidencia que a la fecha sólo en el planeta Tierra hayamos encontrado vida; todos los demás planetas en nuestro sistema solar son infiernos ambientales. Por poner un ejemplo, para mantener una colonia humana en Marte (la obsesión de Musk), habría que establecer hábitats sellados que simularan la atmosfera de la Tierra para no asfixiarnos en los climas marcianos, que protegiesen de las radiaciones solares y que permitiesen producir alimentos, oxígeno y agua desde allá. Sumado a esto, con la tecnología actual el propio Musk estima que un ticket al planeta rojo rondaría en los 10 billones de dólares por persona. Estos visionarios contemplan terraformar aquel mundo para hacerlo más habitable, reducir los costos de transporte y hacer el viaje progresivamente menos riesgoso; hacer de Marte la Tierra. Suena bien, aunque la pregunta evidente es por qué invertir tantos recursos y esfuerzos buscando lo que ya tenemos; particularmente si tomamos en cuenta el rápido deterioro que estamos viviendo en el único planeta que sí habitamos.

Me imagino que Musk y sus compadres se piensan soñadores, como los hombres del futuro. Sin embargo, los veo dar vueltas en el cielo con sus naves espaciales, y me parece evidente que todo ese discurso sobre la humanidad está vacío. En la actualidad, la aviación es uno de los sectores que más contaminan por gases de efecto invernadero. Se estima que en un viaje largo cada pasajero produce alrededor de 1 a 3 toneladas de CO2. En contraste, los diez minutos que Bezos y sus amigos estuvieron en el espacio produjeron alrededor de 200 a 300 toneladas de CO2 por persona. Ya se ha vuelto de conocimiento general que una de las decisiones más contaminantes a nivel individual es la de tener hijos, una renuncia más a la cuál someterse. En promedio, esto conlleva la producción de 5 toneladas de CO2 al año (sin considerar que no es lo mismo nacer en los países desarrollados que aquellos “en vías de desarrollo”, no todos contaminamos igual). Dicho de otra forma, en sus diez minutos espaciales, Bezos y compañía contaminaron lo mismo que dos seres humanos en 80 años de vida.

Ya en la Tierra, en otra de las tantas entrevistas que dio, Bezos tuvo la amabilidad de agradecer a todos los empleados y clientes de Amazon; de decirles que nada de eso hubiera sido posible sin ellos, que somos nosotros. Lo que más me sorprende es que estos billonarios que hoy juegan en la estratósfera no están errados en su diagnóstico inicial. La humanidad se ha convertido en una sociedad planetaria, si no en su organización, definitivamente en sus efectos. Apresurados tomamos las riendas y como dijo McKibben, hoy ya no hay espacios en el planeta que sean realmente salvajes. En nuestras manos descansan todos los hábitats que queremos replicar en otras rocas y que hoy incendiamos en la nuestra, todas las especies que cada año se extinguen y todos los seres humanos que han de sufrir este colapso. Es cierto que nuestros problemas ahora son planetarios; y por ello veo a estos astronautas como uno de nuestros más grandes fracasos.

Encima de todos los argumentos logísticos, económicos y climáticos en contra de sus aventuras, lo que me sigue pareciendo inexplicable es la falta de imaginación de estos señores. No condeno sus sueños espaciales, ¿cómo reprochar ilusiones tan infantiles? Sin embargo, de cara a las catástrofes que ya vivimos es incomprensible para mí que su reacción sea el escapismo y la expansión a más y más fronteras. ¿Con quién pensarán habitarlas? Con todas las reacciones que estos viajes han suscitado, Musk tuiteó:

“those who attack space

maybe don’t realize

that space represents hope

for so many people”

No sé a quién se refiera. Si sus esperanzas son las de volar por el espacio como el Tesla que lanzó a flotar hacia el infinito, está muy bien, le deseo éxito; pero no podemos permitir que estos caprichos sean a costa de los sueños y las aspiraciones de todos lo que permanecemos aquí, con los pies en la tierra.


@el_abernuncio