En 1992, Emmanuel Carballo dirigió el seminario de posgrado “El pensamiento mexicano de los siglos xix y xx” en la Universidad de Texas en Austin. Carballo dedicó el seminario a estudiar libros de viaje, memorias, cartas, novelas, crónicas y más escritos que revelaran la percepción de escritores mexicanos sobre Estados Unidos y los norteamericanos. La antología incluye literatura de 34 hombres y 1 mujer, y en ella abundan apuntes sobre la raza, las mujeres, la educación, el nacionalismo, la extranjería, el arte y el materialismo en diversas ciudades de Estados Unidos.
Abajo presentamos algunos fragmentos del trabajo de compilación de Carballo y sus alumnos.
José Clemente Orozco (1883-1949)
1928. Mercantilismo y animalidad
Aquí (en Nueva York) te espera, como a todo el mundo, una época de lucha terrible. Es aquí en donde se van a disipar todas tus dudas, de todo orden, en este ambiente de crudeza, de egoísmo el más sucio, de mercantilismo y animalidad. Creo que aquí vas a tener que rectificar muchos de tus conceptos acerca de gentes, ideas y cosas.
Hay una infinidad de pequeñas diversiones, entre ellas circos, exhibición de animales, monstruos, figuras de cera y porquería y media. El otro día me llamó la atención una de esas talatas que anuncian los gritones. ¡Baby incubators! ¡Veinticinco centavos! Por curiosidad entré creyendo se trataría de alguna tomadura de pelo como lo demás, pero no, se trata efectivamente de incubadoras de niños de verdad… se trata de niños que nacieron antes de tiempo o que murió la madre. Ver esas criaturas da pena y oprime el corazón, a pesar de saber que están bien atendidos. Dicen que por ese procedimiento logran salvar 85% de los niños que generalmente mueren por esas causas. Un niño sin madre, ¡criado a máquina…! Unos blanquitos, otros morenitos, otros negros, de todas las razas.
Querido Moheno (1874-1933)
Hombres tristes, mujeres independientes
El pueblo americano, sin haber dejado de ser optimista, se va volviendo un pueblo entristecido… es decir, precisamente todo el pueblo no, porque las mujeres, que son más de la mitad, éstas cada día se muestran más alegres y joviales, salvo cuando se trata de las “feministas”, rígidas y malhumoradas de suyo. A medida que la mujer se hace más independiente y más alegre, más sumisos y más entristecidos se muestran los hombres.
Federico Gamboa (1864-1939)
A las cuatro y quince está el salón a reventar; y en humillante proporción para las dos docenas de varones que figuramos en el local, dominan las mujeres. Escucho francés femenino, no mucho, aquí y allá; el que repiquetea es el inglés, en las bocas de las old ladies; adrede no las veo.
La mujer norteamericana adolece —en determinada posición social— un blas-bleuismo insoportable. Graduadas en universidad y colegios, salen más licurgas que sabias, y opinan sobre ciencia, sobre arte, con una suficiencia y un aplomo que sólo se les perdona porque en lo general son lindísimas, como tentaciones, y peligrosas, como abismos.
Nemesio García Naranjo (1883-1962)
Infancia en el sur de Texas
El primer contacto con los niños de Estados Unidos me produjo una sacudida sentimental muy fuerte, porque advertí en un instante el desprecio con que trataban a mis compañeros de raza. Debo decir con franqueza que los mexicanos de Encinal provenían de clases medias o bajas, y que probablemente habrían sido discriminados también en culquier escuela de la capital de nuestro país; pero lo que más me dolía era que su inferioridad social fuese atribuida al hecho de ser mexicanos. Desde luego, la discriminación no se exendía a Aurora ni a Julia ni a mí, porque teníamos la piel blanca y los ojos claros.
Además, nuestra madre ponía especial empeño en que anduviéramos bien vestidos y perfectamente aseados. Finalmente, éramos los hijos del jefe del establecimiento comercial más importante de la comunidad y eso contribuía a colocarnos en el plano más alto de la aldea. En vista de estas circunstancias, los americanitos se empeñaban en decirnos que nosotros no éramos ni podíamos ser mexicanos. Y se sorprendían de que Aurora, Julia y yo, en lugar de agradecer la distinción, la rechazábamos con energía para reclamar nuestra mexicanidad. Trataban de convencernos de que éramos spaniards, es decir, españoles, y no podían explicarse nuestra terquedad de adherirnos a algo que ellos reputaban sucio, mal oliente e inferior.
Alfonso Reyes (1889-1959)
1941. Los gringos no saben charlar
Pasamos por Berkeley. De noche cenamos en casa de Morley con el profesor Priestley, el anciano Bolton, y otros. La conversación es animada, salvo cuando Bolton empieza a contar insignificancias de archivólogo. “Nosotros —me dice Priestley con melancolía— no sabemos ya ni conversar. Compare usted la charla de los hispanos y la nuestra”.
La actitud estudiantil
Recibimos solemnemente nuestras insignias y diplomas de LL.D. Durante el acto, y como yo manifestase a Priestley mi admiración ante aquel numeroso grupo de estudiantes, otra vez se revela la melancolía de esta hombre: “Pero éstos no son como los estudiantes de su tierra —dice—. Éstos nada más han venido aquí para después obtener un job”.
Xavier Villaurrutia (1903-1950)
New Haven, 1935
Todavía no me siento bien aquí. Temo que nunca lograré respirar naturalmente en este país donde cada quien va directamente a su objeto, donde no se presta a los demás sino una atención llena de sonrisas pero superficial y vacía. Las mañanas transcurren para mí en la Universidad, clases a las nueve, a las diez y a veces de once a doce, oyendo, infladas hasta el cansancio, todas las cosas que ya sé, que ya sabemos. […] Por las tardes no tengo clases. Me quedo en casa leyendo a Huxley.
Todo esto estaría muy bien [escribe a Celestino Gorostiza] si el criterio que priva en Yale no fueran tan ATROZMENTE ACADÉMICO. El profesor de Costume Design, por ejemplo, antes de permitirme entrar a su clase me invitó, muy cortés y fríamente, a que le llevara algunos ejemplos de mis posibilidades. […] Por lo general, los métodos no son malos, pero son lentos y llenos de cosas obvias. Creo que con unos meses de asistencia a los cursos, una buena bibliografía, los programas de estudios, y un poco de inteligencia, se puede ahorrar a la Fundación Rockefeller el gasto de diez meses, y a nosotros la angustia de tener que pasar por las más estrechas termópilas de un pueblo ingenuo, de un academicismo mediocre, superado hasta entre nosotros oficialmente.
Cine
Las películas americanas cada vez más perfectas de técnica y cada vez más vacías. Hay excepciones, sin embargo. Hoy vi, por ejemplo, una magnífica King Lady por artistas que no tienen todavía el renombre mitológico de las estrellas.
Salvador Novo (1904-1974)
El paso, Texas
Disponemos de algunas horas para conocer la ridícula ciudad y entrar en las casas de comercio en que “se habla español” aunque los empleados, mexicanos evidentes, pretendan hablarlo con dificultad.
Jorge Ibargüengotitia (1928-1983)
Discriminación en el desayuno
[El predicador] era negro. Como el treinta porciento de los habitantes de esta ciudad. Hay quien dice que aquí hay una discriminación terrible. Yo estoy de acuerdo. A los blancos nos tratan como trapo de fregar.
Entro en lo que en México se llamaría un desayunadero. Me siento frente a la barra. A mi derecha hay un viejito blanco, pelando la dentadura: a mi izquierda, otro viejito blanco, adusto. Nadie nos hace caso. Todas las empleadas son negras. Ni nosotros las entendemos, ni ellas a nosotros. Pero nosotros estamos hambrientos y ellas están echando relajo. Esperamos pacientemente, sin decir nada, hasta que a ellas les de la gana atendernos.
1973. Todos extranjeros
En Nueva York se siente uno a gusto porque muchos de los que allí viven se sienten medio extranjeros y a veces extraviados.
Éste es, creo yo, el peor lugar para aprender idiomas. Entro en un restaurante, pido algo, el mesero titubea, pienso que es que pronuncié mal y resulta que el mesero está recién desempacado de Bulgaria.
Felipe Santiago Gutiérrez (1824-1904)
Los negros en San Francisco
Estos son bien numerosos, y como están ya libres, se dedican al trabajo por su cuenta y suelen ser muy laboriosos. Visten con decencia como los blancos, y sus modales y costumbres no difieren en nada de los de los europeos. Son aptos para todas las artes y las ciencias, poseen cuatro o seis iglesias, y las más noches, así como los domingos todo el día, tienen sus ejercicios en los que tocan perfectamente un órgano y ejecutan coros tan bien organizados como los que pudieran oírse a una compañía de ópera.
Sólo la ignorancia y la fuerza pudieron haber esclavizado a estos seres desgraciados, únicamente porque su clima hizo negro el color de su epidermis; pero por lo demás, en nada difieren moralmente a las demás razas.
José Agustín (1944)
¿Por qué hablarán inglés?
Estos niños, pensó Eligio, en el fondo siguen creyendo que este inmenso refrigerador es el mero cabezón del mundo, y que así ha de ser por siempre, pobres pendejos. Pero descubrió que no le irritaba lo que decían los chavos, sino que hablaran en inglés, a ver, ¿por qué hablaban en inglés si él estaba allí? El inglés ya lo tenía hasta la madre y también todos esos hotelitos de biblias esterilizadas, y también todos esos cuates que, aunque eran buena onda, eran demasiado gringos, demasiado uniformes incluso en el uniforme.
¿Por qué no se dan la mano?
Ve nomás a esta runfla de semirrobots a carcajada limpia, chupando, y yo aquí de pendejo total, porque qué chingaos estoy haciendo aquí entre pura gente que sepa la chingada quién es y que habla un idioma incomprensible e insoportable y que ni siquiera se da la mano al saludarse, estimados güerejos, ¿por qué no se dan la mano, por qué tienen repugnancia a tocarse, por qué ustedes chavas hacen el amor sin besar en la boca, por qué no se dan un abrazo cual debe ser?
Fragmentos de Emmanuel Carballo (ed.), ¿Qué país es éste? Los Estados Unidos y los gringos vistos por escritores mexicanos de los siglos xix y xx, conaculta y Sello Bermejo, 1996.
Carballo reconoce, textualmente, la participación de Pablo Piccato, Adela Pineda, Patrick Duffey, Luis Antonio Marentes, León Guillermo Gutiérrez, Patricia Fernós, Irma González Pelayo, Leticia M. Brauchli, Emma Molina Martín del Campo, Alba N. Chávez, Marco Octavio Íñiguez y Elena Grau-Llevería.