Cultura

Entrevista no editada con David Foster Wallace en la ZDF (2)

Segunda parte de tres. Para leer la primera parte de la entrevista, da clic aquí.

Traducción de Carlos Arroyo

E.: Entonces somos adictos a divertirnos. Incluso en la llamada literatura seria, ya no quieres hacer el esfuerzo. Los libros que son serios también tienen que ser muy entretenidos. Y no quieres aburrirte. Creo que hace veinte o treinta años, todavía podías leer un libro y era un trabajo. Pero no pensarías: “Tengo que estar entretenido todo el tiempo”. ¿Cómo salimos de esta dinámica? Incluso para los intelectuales tiene que ser entretenido y no aburrido.

D. F. W.: No sé si estoy de acuerdo con la última parte de lo que dijiste. Hay una división real. Es interesante que hayas entrevistado a Crichton. Porque hay una división entre la literatura comercial, las novelas como las de Crichton, Stephen King, Tom Clancy… ¿Quiénes son los otros nombres importantes? Grisham. Algunos de ellos son muy buenos, pero… Y ganan mucho dinero y tienen mucha demanda. Pero también hay… Quizás hay más demanda para libros serios en Europa. Pero aquí hay un conjunto de medio millón… Digamos que un millón de lectores, muchos de quienes son de la clase alta y tienen una educación y se les han enseñado los placeres del trabajo duro en la lectura o la música o el arte, y les gusta eso. Entonces, cuando me hablas, estás hablando con alguien que no tiene mucho poder en la cultura y que no es muy importante, excepto en un segmento muy pequeño… No sé cuál sería el análogo, quizás la música clásica contemporánea en Estados Unidos. Hay gente que la disfruta y la escucha. En parte por entrenamiento y en parte porque están dispuestos a hacer cierta cantidad de trabajo leyéndola. Pero, en comparación con la música pop, el rock y el hip hop, la música clásica no es nada. Económica o comercialmente o en términos de cuántas personas la conocen, o en términos de cuánta influencia tiene sobre la cultura. Así que, para mí, personalmente, no creo que haya sido tan diferente. Probablemente la educación estadounidense solía ser un poco mejor y un poco más difícil. Y los niños no tenían opción más que darse cuenta de que había ciertas cosas que eran difíciles y requerían sufrimiento, pero que, de hecho, eran bastante satisfactorias al final. Pero, en su mayoría, creo que la gente en Estados Unidos que ha estado haciendo cosas “serias”, entre comillas, las cuales son más difíciles y extrañas, siempre han apelado a una audiencia mucho más pequeña. En términos de qué se puede hacer sobre el dilema, para empezar me pregunto a quién le importaría lo que yo pienso. Y, en segundo lugar, no estoy seguro. En tercer lugar, ¿qué piensas tú? Tú vives en el mismo ambiente que yo.

E.: Por supuesto que creo que es un problema. En Alemania tienen a un experto literario en la televisión. Le llaman el papa literario. O sea que es el papa de la literatura. La gente cree que él tiene un entendimiento muy bueno de todo. Y cuando él dice que el libro es bueno, el libro es bueno. 

D. F. W.: ¿Quién es este tipo?

E.: Se llama Marcel Reich-Ranicki. A lo mejor has oído de él.

D. F. W.: No.

E.: Es un tipo muy chistoso, y a lo mejor tiene ochenta años o algo así. Siempre tiene un veredicto sobre el libro. 

D. F. W.: ¿Es parte de tu programa?

E.: No. Pero es una figura de la cultura alemana. Pero, al mismo tiempo, siempre quiere… Lo que no quiere es que el libro sea aburrido. Y, al mismo tiempo, sí entiende mucho sobre los libros y es un buen lector. Pero, al decir que las cosas no deben ser aburridas… Toma por sentado… A veces yo también tengo el sentimiento de que no quiero estar aburrida. Pero quizás ésa no es una opción. Eso no es correcto. Tengo ese sentimiento, aunque suene estúpido.

D. F. W.: No… Hay una diferencia entre estar levemente aburrido… Hay otro tipo de aburrimiento del cual creo que hablas. Leer requiere sentarse solo en un cuarto en silencio. Y yo tengo amigos, amigos inteligentes, a los cuales no les gusta leer porque… No sólo se aburren sino que hay casi una repulsión que emerge ante tener que estar solos, ante tener que estar en silencio. Y lo ves cuando entras a cualquier lugar público en Estados Unidos. Ya no están en silencio. Ponen música. Y es fácil burlarnos de esa música, porque normalmente es música horrible. Pero parece importante que no queramos que las cosas estén en silencio nunca. Y no creo poder defender esto. Pero me parece que tiene que ver con sentir que el propósito de tu vida es gratificarte a ti mismo y conseguir cosas para ti mismo. Hay otra parte de ti… Es la misma parte de ti que tiene hambre del silencio y de pensar muy duro sobre la misma cosa durante media hora en vez de durante treinta segundos. A esta parte no la alimentas. Y se hace sentir en el cuerpo, en una repulsión. No sé si eso tiene sentido. Pero creo que es cierto que en Estados Unidos cada año la cultura se vuelve más hostil… No enojada, sino que se vuelve más difícil pedirle a la gente que lea o que mire una obra de arte durante una hora. O escuchar una pieza de música que es difícil y que requiere trabajo para entenderse. Porque… Hay muchas razones. Sobre todo en la cultura de las computadoras y el internet, todo es tan rápido. Y entre más rápido, más alimentamos esa parte de nosotros, pero no alimentamos a la parte de nosotros a la cual le gusta el silencio, que puede vivir en silencio, que puede vivir sin estímulos. No sé. Es un dicho estadounidense: irse al infierno en una canasta de mano. Las cosas van empeorando y empeorando. Estamos diciendo exactamente lo mismo que la gente dijo hace cien años. No hay forma de saber qué tan diferentes somos. Pero las cosas sí parecen diferentes. 

E.: Sí, y nunca tienes esta distancia de ti misma, para saber si estás en lo correcto o si sólo estás siguiendo un cliché… Ya ni siquiera sé más qué quería preguntar. Hubo algo más que pasó en Entrevistas breves con hombres repulsivos que…

D. F. W.: ¿Te gusta hablar sobre esa historia, verdad?

E.: ¡Sí!

D. F. W.: Está bien.

E.: ¿Es algo malo eso?

D. F. W.: No, está bien. 

E.: Leí algo que me pasa a mí a menudo. Tengo una amiga, que tiene esclerosis múltiple. Y eso es una cosa muy mala para una mujer joven.

D. F. W.: No es nada divertido.

E.: No. Y ella me llama. Y, tan pronto como contesto el teléfono, instantáneamente empieza a hablar, sobre su enfermedad, y lo que toma, y sobre ir al hospital…

D. F. W.: ¿Esta parte va a entrar a la entrevista? ¿Vamos a escuchar esto?

E.: No.

D. F. W.: ¡No! Lo que pensaba. Entonces sigue.

E.: Todo lo que yo diga no va a entrar, de cualquier forma. Así que no te preocupes por eso. 

D. F. W.: Excelente.

E.: Entonces… Pero pensé que querías tener una conversación…

D. F. W.: Sí, esto está bien. Solamente quisiera que… Esto está bien. 

Camarógrafo: Puede que lo escuchen, pero no lo van a pasar en el programa.

D. F. W.: Está bien.

E.: Entonces, ella me llama. Y, en el momento en el que escucho su nombre, pienso: “Mierda. Perdí las siguientes dos horas. Porque estará diciéndome cosas”. Y de alguna manera sé que tiene que sacarlas. Y, como me cae bien, la escucho. Pero, por otro lado, pienso en mi tiempo libre y pienso: “Sólo estaba sentada aquí y ahora tengo que escuchar esto”. Pero, cuando termino, pienso que fue bueno.

D. F. W.: Imagina que te llama muy tarde, por la noche, y te habla durante dos horas, y son disculpas por molestarte. Que es sólo otra capa de glaseado. Pero es algo que viene con los temperamentos depresivos. Hay mucho narcisismo y odio propio.

E.: Sí, pero lo que yo pensaba es: “¿Qué está mal conmigo?” ¿Sabes? Que escucho su nombre y pienso: “Mierda. Otra vez. No debí contestar el teléfono”. Y es… Parte del problema. Porque, por otro lado, sé que es algo que tengo que hacer.

D. F. W.: Sí, pero también es… Ahora sí estamos en esta conversación y voy a estar hablando sobre tu asunto. ¿Pero no van a usar esto verdad? 

E.: No.

D. F. W.: Yo no creo que seas una mala persona. Tengo una amiga que perdió a su hermana, a su madre y a su padre por el cáncer, todo en tres años. Y luego su mejor amigo murió de SIDA en San Francisco. Esta mujer tuvo los peores dos o tres años de entre todas las personas que conozco. Es muy amiga mía. Y mi corazón se hundía cada vez que… Porque siempre era doloroso. Y ella no se quejaba. Iba muy bien. Pero a mí me gustan las cosas agradables. Prefiero tomar mi leche con chocolate y leer un cómic que escuchar sobre cosas poco agradables. Pero esto… La señora depresiva sólo tiene otro giro, que es que está tan preocupada sobre ese sentimiento que tienes tú, porque ella te está llamando, preocupándose por cómo te hace sentir. Hay mucho más narcisismo ahí. No me caía muy bien [el personaje].

E.: Tenía el presentimiento de que no te caía bien.

D. F. W.: Normalmente es muy mala idea que te caiga mal el personaje principal de una historia. Y no lo hago en ningún lado. Pero ella no me caía bien. Por eso sonrío. Todos me preguntan sobre esa historia y es la única sobre la cual no quiero hablar. Pero está bien. Está bien. 

E.: Sí me di cuenta de que no te caía bien. Pero, a pesar de eso, es una historia…

D. F. W.: Ella tampoco se caía bien. Así que hubiera predicho que a mí no me cayera bien. 

E.: Claro. Entonces, ¿ves televisión?

D. F. W.: No tengo televisión. Si tuviera televisión, la vería todo el tiempo. Ésa es mi confesión sobre qué tan fuerte soy para resistirme a las cosas. Veo televisión en casas de amigos, a veces. No tanto como antes.

E.: Claro. Es que en La broma infinita el entretenimiento no viene de la televisión directamente, sino que viene de las capturas que pones todo el tiempo. Pero el entretenimiento en La broma infinita y la televisión en Estados Unidos hoy… ¿Son similares?

D. F. W.: No sé a qué te refieres con “la televisión”. Está la televisión pública, está el cable y está la televisión satelital, donde podemos tener quinientos canales. Y también hay películas en VHS y DVD. El fenómeno de la televisión, lo que podemos analizar, no es tan diferente. Lo que recuerdo en La broma infinita es que había un arreglo con el cual podían transmitir cosas, y a veces entregártelas en un rollo. Tendrías que dejarme ir a checar. No me acuerdo. Hay cosas sobre el libro que económicamente no son realistas.

E.: Sí, es que me pareció que todas las gentes en el libro querían alcanzar un estado mental similar, como la amnesia. Quienes usaban drogas y quienes usaban el entretenimiento… Había una mujer que se hizo algo y dice: “No quería lastimarme, pero ya no quería que me lastimaran. Sólo quería que se detuviera”. ¿Eso no es similar a lo que pasa, donde la gente quiere alcanzar un estado similar?

D. F. W.: ¿La amnesia o el olvido propio? Claro. Creo que parte de la atracción de las drogas y el entretenimiento es escapar de mis problemas y de mi vida y de tener que estar aquí atrapado. Puedo fingir que soy James Bond o fingir que… Simplemente parece que todo está bien al corto aliento. Pero ¿como forma de vida? No funciona bien.

E.: Claro, y en tu libro hay mucha gente consumiendo drogas e intentando no tener que sentir.

D. F. W.: Detenme si me equivoco, porque, como dije, hice esto hace siete años.

E.: Sólo di lo que piensas.

D. F. W.: ¡No! No entiendo la pregunta. Porque parece que las partes del libro que tienen que ver con las drogas tienen que ver con una casa intermedia, donde quienes han consumido drogas durante años de repente se detienen y enloquecen, porque de repente empiezan a sentir. Entonces, si estás hablando de lo llamativo de las drogas en general, hasta donde yo lo entiendo, que es hasta donde lo voy a discutir, parece que… Y esto no es nada original, es una extensión natural de la lógica capitalista corporativa. Que es que me quiero sentir exactamente como me quiero sentir, o sea bien, por exactamente este tiempo, así que intercambiaré esta cantidad de efectivo por esta sustancia. Y lo haré. Pero todo es una mentira, porque el control se va gradualmente. Y ya no es que quiera hacerlo. Es que siento que necesito hacerlo. Y ese cambio, de querer algo a sentir que lo necesito, es grande. Sí. O sea, muchos de los problemas en mi vida, tienen que ver con que confundo lo que quiero con lo que necesito.

E.: Justamente estaba teniendo la misma conversación con alguien sobre la noción simplista de que lo que queremos… Lo que la mayoría quiere alcanzar es un estado de bulto, de ya no tener que pensar. Y sólo quiero saber si hay muchas formas de alcanzar ese estado mental. Viendo entretenimiento…

D. F. W.: ¿Hablas del entretenimiento en general o del entretenimiento en el libro?

E.: En el libro. Y además, cuando prendo la televisión acá, me enloquece. Porque veo algo y luego vienen los comerciales. Y me muestran algo y luego vienen los comerciales. Entonces me enloquece. Crea un estado de… Si lo hiciera todos los días…

D. F. W.: Bueno, si tienes un control remoto, cambias de canal. Y si no te gusta ese canal, vas a otro. Una de las razones por las cuales no tengo televisión, es que me convenzo de que hay algo muy bueno en otro canal y me lo estoy perdiendo. Entonces, en vez de ver algo, empiezo a escanear buscando esta cosa que creo que quiero y que ni siquiera sé qué es. No sé si los alemanes… Esto es quizás algo malo que decir en la televisión. No sé si algo parecido pasa en Alemania, pero es muy estresante. Son demasiadas cosas buenas, combinadas con mi cabecita enferma, que cree que siempre hay algo un poco mejor en el siguiente canal. Y lo único que tienes que hacer… Ni siquiera te tienes que levantar para cambiar el canal. Ése fue el problema. Cuando se volvió tan fácil: sólo mover el pulgar. Fue cuando nos jodimos. ¿Vas a editar el noventa por ciento de esto, verdad?

E.: Claro.

D. F. W.: Ah, bueno.

E.: No porque yo quiera, sino porque…

D. F. W.: Porque no hará nada de sentido…

E.: Entonces, ¿crees que el entretenimiento es algo contra lo que tenemos que pelear?

D. F. W.: Es una pregunta extraña porque, ¿quién diría que el entretenimiento es malo? Yo no diría que el entretenimiento es malo. Pero un modelo de vida en el cual yo tengo derecho a estar entretenido todo el tiempo no es promisorio. Y esto no se traducirá bien, pero: una de las cosas insidiosas sobre el entretenimiento es que el entretenimiento es muy entretenido. Imagínate que este programa estuviera en la televisión estadounidense. Y yo estuviera sentado en un hotel viéndolo. Tendríamos a este nerd hablando de cosas o podría ver a Pamela Anderson corriendo por la playa, o comedia hilarante. ¿Cuál vería? No hay… Si luchar contra el entretenimiento es un requisito, ¿cómo lo hace uno? Hay dos opciones. Diriges el ataque sólo a quienes están dispuestos a escuchar sobre la complejidad de… Pero esas personas no son las que están esclavizadas por el entretenimiento. O encuentras la forma de hacer que el ataque contra el entretenimiento sea entretenido. Y entonces has sido capturado por la misma cosa contra la cual luchas. Es muy extraño.

E.: Sí, exactamente ése es el dilema. Voy a cambiar el tema. La broma infinita toma lugar, en parte, en una academia de tenis. Tú has sido jugador de tenis, un jugador de tenis muy bueno. 

D. F. W.: Más o menos bueno, no realmente bueno. Jugaba mucho cuando era niño.

E.: Y una vez dijiste que el tenis era un poco como el ajedrez y el box. No sé si es una combinación, pero los relacionaste. ¿Qué hace al tenis tan especial?

D. F. W.: Si preguntas por qué está en el libro, la razón por la cual está en el libro es que es el único deporte que conozco lo suficiente como para hablar de por qué es hermoso. También es un deporte que tiene que ver con un lugar cerrado y con mandar cosas de un lado a otro, lo cual tiene que ver con el libro. El tenis es un deporte muy hermoso, porque es muy abstracto y geométrico, y táctico, como el ajedrez. Y también es muy físico. Corres mucho, te cansas mucho. No sé del box, pero es una persona contra otra.

E.: ¿Y el ajedrez?

D. F. W.: Pues, si en verdad te interesa, los jugadores de tenis muy buenos, como los del ajedrez, siempre están pensando con cuatro o cinco jugadas de anticipación. Algunos de los jugadores de tenis que fueron superestrellas en los noventa eran muy buenos con eso. Boris Becker no tiraba un as así como así. Lo que hacía Boris Becker —y creo que aprendió esto de McEnroe— era pegarle a la pelota de manera que tú tuvieras que darle un golpe débil, pero que sí pasara por la red. Todo está pensado con anticipación. Pero también es muy combativo. Tú y yo estamos jugando. Estoy intentando ganarte. Es muy individual. Creo que esto no tiene nada de sentido. 

E.: Sí tiene.

D. F. W.: Ah, bueno.

E.: Discúlpame, pero sí tiene sentido.

D. F. W.: Ah, bueno. Puedes hacer magia con la edición.

E.: Claro, pero no va a ser necesario.

D. F. W.: También tiene que ver con el combate a la distancia. En el box, los cuerpos están muy cerca. En el tenis hay algo más frío. Estoy intentando ganarte, pero estás a 75 pies de distancia. Lo que viaja entre nosotros.es esta cosa pequeña. Hay algo más abstracto. Es como el ajedrez. 

E.: ¿Y también dijiste que es más matemático, no?

D. F. W.: Creo que hay algo en el ensayo que habla sobre el capitalismo y el tenis.

E.: O a lo mejor no lo entendí. ¿Es Mario quien habla con un tipo de nombre Stern?

D. F. W.: ¡Stern! Un alemán, según recuerdo. 

[…]. Para leer la tercera parte de la entrevista, da clic aquí.

Cultura

Italians do it better

Por Fabrizio Cossalter

¿Quién es ese imbécil? Soy yo.

Piergiorgio Bellocchio

Existen los imbéciles superficiales y los imbéciles profundos.

Karl Kraus

Todavía actuamos bien, pero el guión no es nuestro.

Alfonso Berardinelli

La semana pasada estaba revisando —gajes de la cuarentena— un montón de papeles y periódicos viejos, con la intención de tirarlo todo, cuando choqué de nuevo, después de unos cuantos años de olvido selectivo, con el rostro noblemente envejecido —casi de antiguo senador romano— de Andrea Camilleri, el apóstol, ya fallecido, del midcult made in Italy, quien me miraba desde la portada amarillenta de una antigua edición del suplemento cultural más leído en el ámbito hispánico. En ese momento, por un descuido, la ceniza del cigarrillo que estaba fumando se cayó en la copa de vino, así que no puedo decir si el subsiguiente reflujo fue provocado por el agravio póstumo a mi supuesto buen gusto literario o por mi habitual torpeza.

De todas formas, la fotografía de aquel apacible nonagenario me recordó el encumbramiento de una obra francamente mediocre, cuya fortuna global ha encontrado un caldo de cultivo inmejorable en la nefasta hegemonía industrial de los indigeribles «guisos novelescos» (Gianni Celati), en la inaguantable trivialidad de la corrección política y en el inevitable colapso —por síndrome de agotamiento— de la crítica literaria y la Kulturkritik.

Hoy día nos deleitamos, en cambio, con las tesis de licenciatura, de maestría y de doctorado dedicadas a la obra de Alessandro Baricco, con los simposios en honor de Umberto Eco y de su meliflua «Sopa Medieval» (Piergiorgio Bellocchio) y con los proyectos de investigación inspirados en Gomorra (el libro, la película, la serie televisiva, qué más da…).

Mientras tanto, Giovanni Comisso, Antonio Delfini, Luigi Meneghello, Paolo Volponi, Goffredo Parise y Gianni Celati yacen —con loables excepciones, naturalmente— casi olvidados en las estanterías de las bibliotecas universitarias, entre el polvo y el desasosiego. Por no hablar de los grandes críticos literarios, de los ensayistas más imprescindibles —por ejemplo, Sergio Solmi, Roberto Longhi, Giacomo Debenedetti, Cesare Garboli, Luigi Baldacci, Giovanni Macchia—, que sobreviven ocultos en la clandestinidad de alguna biblioteca particular.

La sonrisa siniestra del populismo cultural, que nos acecha junto con su camarada histórico, el esnobismo de masas, no es sino la prueba general de nuestro próximo, ridículo entierro. La banalidad y el conformismo habitan felizmente el imaginario desertificado de los herederos de Bouvard y Pécuchet y alimentan la sed de distinción simbólica que caracteriza su empobrecida relación con lo que antaño se solía llamar juicio de valor.

¿Soy demasiado nostálgico? No lo creo, nunca he conocido otra realidad, al fin y al cabo, y no tengo nada que añorar. Además, el exceso de atrabilis me lo impide. ¿Parezco apocalíptico? Tampoco lo creo. En la «estación meteorológica del fin del mundo» (Karl Kraus) no hay espacio para la grandeza desesperada del milenarismo. Lo nuestro es más bien la eutanasia narcotizada.

La compraventa de disfraces intelectuales convierte incluso a los mesianismos revolucionarios y a las teologías negativas —ese matrimonio contra natura entre Benjamin y Heidegger, hoy en día tan en boga— en juguetes de temporada. Si todavía existieran los intelectuales —pero no estoy nada seguro de que sea así—, los podríamos dividir en dos categorías vocacionales: los apocalípticos-integrados y los integrados-integrados.

Los primeros nos ofrecen desde hace décadas el dudoso placer de la regresión y acaban por vendernos muy caro su nihilismo barato. Los segundos nos entretienen con el espectáculo de su cursilería y nos invitan a disfrutar sin complejos de los territorios exóticos de un turismo cultural apto para cada edad del hombre: las transgresiones de cartón piedra al servicio de nuestros paladares atrofiados, que se lo tragan todo sin retener nada; la gimnasia genital disfrazada de erotismo y el exhibicionismo impúdico; los dilemas maniqueos de la novela negra y la (in)ofensiva violencia de papel de la narco-literatura; el plagio pseudo-expresionista de los argots y los dialectos como garantía, adulterada a la par que exitosa, de «estilo» y «autenticidad»…

Mi dispepsia crónica no me permite leer la mala literatura, y menos aún la falsa buena literatura. Es la única virtud que me reconozco. En todo lo demás, mis cualidades y mis costumbres no se alejan de la medianía nada excepcional de una especie en irreversible decadencia. ¿Cómo avivar, pues, el rescoldo de estos fuegos fatuos, que tan sólo representan la exhalación nocturna y solitaria de un desconcierto originario? Al carecer de cualquier teoría o ideología, no puedo sino encomendarme a la idiosincrásica legitimación de la única consigna moral y estética en la que sigo, a pesar de todo, creyendo: «Limitar el deshonor» (Piergiorgio Bellocchio).


Fabrizio Cossalter (Padua, 1974) es ensayista y editor italiano, residente en México.

Cultura

Ahorcado

Me encantan los juegos. Contrastan con la vorágine de actividades que tenemos que hacer a diario, todas encañonadas a satisfacer la marcha incesante de la productividad y “mejorarse” a uno mismo: hay que ejercitarse, leer, escribir la tesis, planificar la maestría, aprender a hacer pan en casa y no está de más si uno acaba hablando japonés. “Shakespeare escribió El rey Lear durante una cuarentena, ¿a ti qué te detiene?”, blablablá.

Encima de tremenda barbaridad, propongo coronar a los juegos de todo tipo: de video, de mesa, de manos (aunque sean de villanos), de actividad física, de palabras; los columpios, las sillas en las villas, los balones, los papeles y los disfraces. Celebrémoslos por ser inservibles e inútiles. Sin embargo, hagámoslo con cautela porque éstas, sus más perfectas cualidades, los hacen peligrosos. Uno puede sentarse a jugar con los amigos y, sumergido en la diversión, perder de vista las horas voladoras; de pronto ya ha pasado el día y no hay con qué demostrarlo, uno sigue igual de tonto que como despertó.

Dicha mi advertencia, en las siguientes líneas les voy a platicar de un juego no muy peligroso que todos hemos jugado. La inspiración se la agradezco a Jan Misali, quien tiene toda la razón: Ahorcado es un juego muy raro.

Primero, algunas definiciones. En su trabajo Les jeux et les hommes, Roger Callois retoma la batuta de Huizinga y nos provee de una magnifica investigación sobre la naturaleza de los juegos junto con una tipología para identificarlos. De acuerdo con ésta, existen cuatro variedades: ilinx, mimicry, alea y agôn. Ilinx (vértigo) se refiere a aquellos juegos donde el punto es alterar la percepción de la realidad de los jugadores; columpiarse y dar vueltas hasta el mareo entran en esta categoría. Los juegos de mimicry (mimetismo), involucran suspender la identidad propia y pretender ser algo o alguien distinto; es jugar a la hora del té o, si nos ponemos más serios, a los calabozos y dragones. Alea (azar) son todos los juegos basados en la suerte: lanzar los dados, voltear las cartas, mirar las vueltas y vueltas de la ruleta hasta que, en un instante, nuestro destino es revelado. Finalmente, agôn (contienda) son todos aquellos juegos de competencia donde dos rivales se enfrentan y demuestran sus destrezas físicas (¿unas retas?) o mentales (¿o echamos el ajedrez?). Según lo que se juege, uno deriva distintos placeres: ilinx altera las sensaciones físicas de nuestros cuerpos, mimicry nos permite ser y hacer (aunque sea en simulacro) cosas que de otra forma serían imposibles o demasiado costosas, alea nos pone al filo del azar sin el riesgo que esto generalmente conlleva y agôn nos permite hacer gala de nuestras capacidades.

Por si alguien ha vivido debajo de una roca toda la vida, Ahorcado es un juego competitivo asimétrico para dos personas que usualmente se juega en una hoja de papel o en un pizarrón. Las reglas son simples: el verdugo elige una palabra, muestra cuántas letras tiene y pinta una horca. A partir de este momento, el otro jugador (llamémoslo el salvador) puede proponer letras para saber si están o no en la palabra. Con cada acierto, el verdugo anota la letra en su lugar correspondiente; con cada error, le da cuerpo al pobre diablo que cuelga de la horca. El salvador gana si adivina la palabra antes de que el verdugo ahorque al mono de palo. El verdugo gana si es verdugo.

Al ser un juego de agôn, competitivo, tiene varias estrategias para ganarse; sin embargo, éstas varían dependiendo de si uno es salvador o verdugo. Para el primero, toda estrategia radica en ver la situación desde una perspectiva informativa; la victoria depende de extraerle la mayor cantidad de información al verdugo para poder adivinar qué palabra esconde en su cabeza. De entrada, lo único que se sabe es el número de caracteres, pero con cada adivinanza hay una oportunidad de conocer más de la palabra o de descartar opciones. Con esto en mente, el primer paso para ganar es cursar una licenciatura en estadística y determinar las letras con mayor probabilidad de aparecer. En lo personal, yo me salté lo de la carrera y empiezo directo adivinando las vocales, que siempre hay al menos una. Conforme la palabra se revela e intuyo que en “_ e _ _ o” difícilmente habrá espacio para una u, mi estrategia cambia: es momento de desechar la probabilidad y aventarnos a la intuición.

Como sospecharán, ésta es una mala estrategia. Misali propone una mejor:

  1. Primero, hay que considerar todas las palabras posibles dada la información que se tiene (número de caracteres, letras adivinadas y letras desechadas).
  2. Por cada letra que no se haya adivinado hay que asumir que no se incluye en la palabra y determinar, del total de palabras posibles, cuáles son factibles de ser las ganadoras sin contener dicha letra.
  3. Cada letra acabada teniendo un número total de palabras que podrían ser las correctas si esa letra no se elige; hay que seleccionar la letra que minimiza este número.

Para probar la superioridad de este método, Misali simula tres posibles estrategias – adivinar aleatoriamente, adivinar priorizando por la probabilidad que cada letra tiene de estar en una palabra y adivinar utilizando su estrategia–. Con un vocabulario total de 47 mil palabras los resultados de la simulación son increíbles: adivinando aleatoriamente en promedio se requieren 16.23 equivocaciones antes de llegar a la palabra correcta. Priorizar las letras por su frecuencia lleva a una notable mejora pues los errores se reducen a 9.94. No obstante, con el método de Misali el promedio de errores es de 2.2. La diferencia no sólo es enorme, sino que en la práctica es casi imposible perder utilizando esta estrategia.

Hay tres conclusiones que sacar de esto. Primero, mis amistades y yo somos bastante malos jugando Ahorcado, porque adivinar con sólo dos errores es casi un milagro (probablemente tiene que ver con el hecho de que somos humanos y no computadoras). Segundo, la estrategia óptima para ganar requiere conocer la totalidad de palabras en el repertorio del verdugo. Si dejamos de lado la imposibilidad de esto, el salvador tiene más posibilidades de ganar mientras a) memoriza el mayor número de palabras posibles y b) incrementa su capacidad para calcular, dentro del conjunto de todas las palabras que conoce, la frecuencia de cada una de acuerdo con la posibilidad de ser la palabra ganadora si se incluye o no una letra. Tercero, este método para ganar suena difícil, sobre todo aburrido.

Por otra parte, el verdugo no tiene tantas estrategias para ganar, porque en esencia sólo tiene una acción posible: elegir la palabra. Astuto como soy, mi estrategia para ganar como verdugo siempre ha consistido en elegir palabras grandes que multipliquen las letras únicas en cada espacio. Mi objetivo es simple: maximizar el número de adivinanzas mínimas necesarias para el salvador, lo que también incrementa el potencial de que se equivoque.  Nuevamente, Misali demuestra que ésta es una mala estrategia, porque maximiza la posibilidad del contrincante de extraer información, lo que a su vez hace más sencillo adivinar la palabra total y no letras aisladas. Las palabras más difíciles de adivinar son aquellas en las que se extrae la menor cantidad de información incluso si se adivinan algunos de sus componentes; palabras de dos, tres, cuatro letras: _ a _ a.

Aunado a esto, a diferencia del salvador, el verdugo también tiene la posibilidad de hacer trampa con muchísima facilidad. Puede cambiar la palabra a medio juego, incrementar el número de extremidades que pinta con cada error o elegir palabras de las que nadie ha oído. La única manera de evitar esto es instituyendo más y más reglas, lo que en algunos casos es fácil −el verdugo debe anotar la palabra en algún lugar antes de iniciar el juego para que no pueda cambiarla después, se debe especificar que a cada error corresponde a una sola extremidad, etc.− pero en otros no tanto: se debe definir qué es una letra (¿i es lo mismo que í?) y qué es una palabra. ¿Tiene que estar incluida en un diccionario? “Chíngate” no está incluida en el diccionario de la muy honorable Real Academia Española, ¿es una palabra válida? Sí, porque muchos en la comunidad la usan y la reconocen. ¿Qué tal Nánguā? No, Fiacro, eso está en chino. ¿Y qué tal Plin Plin Plon? Muchos sabrán a qué me refiero.

Hay una conclusión de todo esto: nadie juega Ahorcado pensando estas cosas. Es algo realmente evidente que nadie se pone a computar la frecuencia de veces en las que una palabra es la posible solución de acuerdo con el supuesto de que una letra no está contenida dentro de ella, ni nadie le pinta dos brazos al ahorcadito y lo considera válido porque en ningún lugar dice que eso no se puede. Pero esto nos lleva a una clara contradicción: Ahorcado es un juego competitivo en el que el objetivo es ganarle al contrincante; sin embargo, nadie parece esforzarse mucho en ganar. ¿Por qué no, como en Gato, todos jugamos con la estrategia óptima para ganar? Misali sugiere que el misterio se resuelve si aceptamos que Ahorcado no es un juego competitivo sino uno de “adversarios” donde el verdadero objetivo es que el salvador adivine la palabra. Por eso, ocurre con frecuencia que, una vez que el monito está pintado, el verdugo sigue dibujando otras cosas: unos troncos, unas llamas (de pronto al ahorcado además lo echamos a la hoguera), etc. Misali tiene razón en señalar que no es una competencia, pero esta explicación sólo convierte al Ahorcado en una suerte de Pictionary primitivo en el que los dos jugadores están cooperando en secreto.

¿Qué está sucediendo con este juego? Volver a las definiciones nos puede dar las pistas necesarias para resolver el misterio. ¿Dónde entra jugar al Ahorcado? La respuesta más evidente es que es un juego de agôn: hay un rival, hay un reto y se puede ganar si uno tiene los conocimientos y la estrategia necesaria. Sin embargo, considerando que comúnmente nadie se esfuerza en ganar por destreza propia, y que buena parte de la posibilidad de triunfo depende de “atinarle” a las letras del rival, hay un claro componente de alea. También está el hecho ineludible de que, aunque sea en papel, estamos jugando a colgar a alguien, un jugador está aparentando ser un verdugo y el otro tratando de ser un héroe.

Para este punto es claro que lo menos importante en Ahorcado es ganar: pretender que colgamos a un monito no es una simple decoración; simulamos un pequeño riesgo y una pequeña salvación, en la que nuestro rival contribuye más al teatro que a la dificultad del juego. De la misma manera, no se trata completamente de las habilidades del jugador porque, dadas las reglas actuales, eso haría el juego muy sencillo y rompería la ilusión del riesgo, como en el Gato. Para nosotros es imposible jugar al Ahorcado con la habilidad de una computadora, pero no lo necesitamos porque, a diferencia de ellas, no jugamos para ganar. Ahorcado significa cosas en una realidad auto contenida, hay peligro y muerte de por medio: el objetivo es usar nuestra destreza y, con algo de suerte del destino, salvar al muñequito de palos. Es una épica aventura en 5 minutos de papel y una excelente manera de perder algo de tiempo.

Fiacro Jiménez Ramírez sigue vivo.

@el_abernuncio