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La escritura doliente de Cristina Rivera Garza

He considerado de reojo, entre líneas, la historia de Liliana Rivera Garza desde que leí el último párrafo de un fragmento de libro que publicó CRG en The Paris Review, en octubre pasado, titulado “The Language of Pain”. Ahí leí por primera vez que su hermana menor, Liliana, estudiante de arquitectura de la UAM Azcapotzcalco, fue víctima de un crimen: la madrugada del 16 de julio de 1990, Ángel González Ramos, su exnovio de la prepa, penetró su vivienda y la asesinó. Jamás fue detenido. El feminicidio de Liliana nos obliga a formular ya fatigosas preguntas sobre violencia patriarcal, la responsabilidad de quienes vuelven la cabeza, el ansiado derecho a la libertad de las mujeres. Pero porque fue la hermana mayor de Liliana, la escritora más conocida de la familia Rivera Garza, quien escribió aquel texto, en él también brilla una inquietud personal de CRG sobre su oficio a la luz de la tragedia: ¿Por qué escribo? ¿Qué hago con el dolor?  

Reconocer, nombrar lo que sucede en sociedad —“el hecho social”— y legitimar el sufrimiento es un forcejeo constante y, a veces, infructífero. Nadie lucha más consigo mismo que quien no encuentra palabras para expresarse. Nadie se lamenta más que quien descubre la palabra, el concepto reluciente y novedoso, que describe puntualmente una tragedia de hace tres décadas: feminicidio. Si en algo ha avanzado el movimiento feminista en México, en América Latina, es en la poderosa capacidad de pronunciar. La lengua rueda; hablamos, acusamos, describimos con precisión, exigimos justicia por la violencia tipificada. No debemos tomarla por sentado, esa conciencia límpida del hecho con nombre. Y la culpa no era mía/ ni dónde estaba/ ni cómo vestía.

CRG concluyó que ella no escribe para rodear el dolor ni para huir de él, sino para darle la bienvenida: escribe “to grieve”. ¿Y qué verbo escogemos en español? ¿Vivir el duelo, atravesarlo? En el libro al que pertenece el fragmento, un título de ensayos y crónicas de 2011, ella misma eligió Dolerse, “la escritura doliente”. CRG escribe para pensar por medio del dolor, como mujer que avanza entre matorrales, y para tendernos, después, su hallazgo. Debió pasar un periodo de enfriamiento, de lentísima resignación, para que comenzara a escribir la novela cuidadosa, sensible, que clama justicia. Así arrojó su último libro la escritora, así llegó a librerías la historia de Liliana.

En Autobiografía del algodón, CRG ya había hilado su narrativa y su historia familiar con investigación documental y trabajo de archivo. El invencible verano de Liliana se sostiene sobre un archivo acaso más difícil de recorrer e interpretar, un archivo contenido en pocas cajas de cartón: los diarios, las cartas, agendas, recados y recibos casuales de “Lili”, la muchacha contemplativa que llevaba un diligente registro de su vida. De su puño y letra surge la voz que se adueña de las páginas. Su influencia es tal que abarca la acertada elección del título, el invencible verano que se origina en una cita de Albert Camus y arde en el corazón de Liliana. Por lo demás, los diarios de Lili pasean por sus relaciones afectivas con compañeros de la universidad, sus ilusiones y arrebatos, y vuelven a una inusual y llamativa resistencia a “ser poseída”: Liliana tenía una fijación apasionada con la libertad.  

El trabajo de recopilación, clasificación y exhibición de la voz que ya no está, bajo la estricta lupa narrativa de CRG, es tan importante como el desarrollo de la trama. Liliana está muy viva en los recuerdos de la autora, los de sus padres y amigos. En los múltiples testimonios, que CRG transforma en narradores y personajes, que añade como entrevistas semiestructuradas hacia el final del libro, la presencia de Lili es abrumadora. Los estudiantes de la UAM que acompañaron a la joven durante sus últimos meses de vida, Ana, Manolo, Raúl, etcétera, apresaron su recuerdo, sin duda afectados por la pérdida traumática de su amiga, y la evocan con claridad. Puedo recordar ahora, por la repetición de sus descripciones, la visión de Liliana: alta, esbelta, guapa, su pelo largo y lacio, sus lentes redondos y doraditos, su rostro sin una gota de maquillaje. Y luego, ella: amable, buena onda, tomboy, graciosa, inteligentísima. No le costó echar raíz en la memoria. 

En cambio, la entrecortada presencia de Ángel González Ramos y su aura oscurecida auguran el final de la novela, el que conocemos de entrada. El exnovio posesivo, asesino, es una sombra lejana, pero palpable, en las reflexiones de la autora sobre la incapacidad de su hermana por nombrar el peligro mortal que la acechaba. Sin embargo, esta historia no es sobre Ángel González Ramos, feminicida; tampoco, propiamente, sobre el feminicidio de Liliana Rivera Garza. Es un retrato amoroso de Lili, con todo lo que conlleva la existencia de una niña y, después, una veinteañera amada: amigos, risas, proyectos escolares, cervezas en la habitación de una chica foránea en el Distrito Federal, cine, curiosidad intelectual, enamoramientos fugaces y olvidables, correspondencia familiar. La búsqueda y las andanzas incansables de CRG no ofuscan la anhelada presencia de su hermana. Triunfó CRG al retratarla, no sólo como víctima, sino como Liliana. Sólo por el grueso y apabullante marco del duelo, evidente en las respuestas lúgubres de sus padres en entrevista; por los lamentos de la autora y la crónica íntima de cómo sobrelleva latigazos cotidianos de dolor; sólo por eso lo sabemos: el recuerdo de Liliana está envuelto en luto. 

Justicia. 

  • Rivera Garza, Cristina, El invencible verano de Liliana, Random House, 2021.