Ensayo

Contra los astronautas

Hace algunos meses, un episodio de Saturday Night Live causó revuelo entre la pequeña audiencia que conserva. La razón del alboroto fue sencilla: el billonario Elon Musk sería el presentador de aquella noche. La mayor parte de los números de comedia fueron mediocres, con algunas excepciones que rayan en lo grotesco; pero el verdadero espectáculo fue el monólogo. Durante 10 minutos Musk y su madre se dedicaron a balbucear sobre criptomonedas, emprendedurismo y los sueños del magnate de lanzar coches al espacio. Con caras robóticas, ambos recitaban diálogos mal aprendidos y, en una línea que no me ha dejado hasta la fecha, Musk dice: “to anyone I have offended, I just want to say that I reinvented electric cars and I’m sending people to Mars on a rocket ship.

Did you think I was also going to be a chill, normal dude?”

Nací en 1994, en una familia mexicana de clase media alta. Entre mis primeros recuerdos están las tardes que pasaba con mi padre en las que jugábamos con mi set de Indiana Jones −siempre tuve una fascinación por los juguetes chiquitos−. Recuerdo tomar las momiecillas de plástico, las moneditas doradas que resguardaban, y pensar con entusiasmo la vida que me deparaba el futuro. Ansiaba crecer y convertirme en ese explorador que descubriría jeroglíficos en tumbas perdidas. Mis padres, médicos los dos, nunca amedrentaron mis aspiraciones primero arqueológicas y después las de convertirme en un famoso inventor. Sin embargo, pasaron los años y olvidé las excavaciones y los artilugios. No fueron rupturas ruidosas, más bien lentas. A mi madre la asaltaron a punta de pistola y las calles por las que regresábamos se sentían diferentes. En la escuela me enseñaron el ciclo del agua, y me dijeron que en los próximos años habría menos y menos. Mis padres se esforzaron por nunca hablar de dinero frente a mí y mi hermano, que recién llegaba al mundo, y fuimos afortunados de tener ese privilegio. Pero en la escuela mis compañeros me contaban de sus casas de campo y sus familias españolas. En algún momento dejé de soñar con la ilusión que tienen todos los niños, en mi mente se asentaron aspiraciones distintas, las necesidades que caen con los años.

El 11 de julio de 2021, Richard Branson y tres acompañantes viajaron al espacio. Desde que uno habla de ese lugar inhumano, el espacio −tan distinto de nuestros pequeños espacios aquí en la Tierra− la frase adquiere una densidad inquietante. Sospecho que uno la escucha con una sensación muy distinta a la que producían los pasos de Armstrong hace 50 años. Hoy, como siempre, sigue siendo un esfuerzo descomunal desprenderse del planeta y mantener a un puñado de humanos vivos en la explosión metálica que se catapulta a las fronteras de los cielos. Aun así, la hazaña es distinta. Lo que el siglo pasado presumíamos como el logro más grande de la humanidad hoy lo leo con desprecio.

Una semana después que Branson, Jeff Bezos hizo el mismo viaje con su propio cohete; en su aventura lo acompañaron su hermano, la astronauta de 82 años Wally Funk y un adolescente de 18 años que se sumó casi por accidente. En las grabaciones uno los escucha dar grititos de emoción. Alegres dan vueltas en gravedad cero, se lanzan pelotas y caramelos los unos a los otros. A su regreso, una reportera recibe a Bezos que vuelve al planeta vestido de vaquerito espacial. Él y su hermano, sonrientes, mandan saludos a sus padres, como orgullosos de haberse sacado 10 en sus exámenes. Ella les pregunta: “This was your dream. But for all those millions of Americans who are watching this and are saying this is a joyride, it has nothing to do with me. What did you experience that matters to all Americans?” No tengo la fortuna de contarme entre esos millones de “americanos”, pero imagino que, para ellos igual que para mí, no significa nada.

Existen pocos argumentos en favor de esta nueva carrera espacial. En un tono sombrío, Stephen Hawking predijo en 2017 que a la humanidad sólo le quedaban 100 años en el planeta Tierra. De cara a cada vez más problemas de escala planetaria, Hawking sostenía que era indispensable convertirnos en una especie interplanetaria, bajo el precepto de que, si un cataclismo devastara uno de nuestros hogares, eso no implicase la extinción de todos. Parece una idea simple, casi sensata: no pongas todos tus huevos en la misma canasta. Pero no es tan fácil de sostener. No es coincidencia que a la fecha sólo en el planeta Tierra hayamos encontrado vida; todos los demás planetas en nuestro sistema solar son infiernos ambientales. Por poner un ejemplo, para mantener una colonia humana en Marte (la obsesión de Musk), habría que establecer hábitats sellados que simularan la atmosfera de la Tierra para no asfixiarnos en los climas marcianos, que protegiesen de las radiaciones solares y que permitiesen producir alimentos, oxígeno y agua desde allá. Sumado a esto, con la tecnología actual el propio Musk estima que un ticket al planeta rojo rondaría en los 10 billones de dólares por persona. Estos visionarios contemplan terraformar aquel mundo para hacerlo más habitable, reducir los costos de transporte y hacer el viaje progresivamente menos riesgoso; hacer de Marte la Tierra. Suena bien, aunque la pregunta evidente es por qué invertir tantos recursos y esfuerzos buscando lo que ya tenemos; particularmente si tomamos en cuenta el rápido deterioro que estamos viviendo en el único planeta que sí habitamos.

Me imagino que Musk y sus compadres se piensan soñadores, como los hombres del futuro. Sin embargo, los veo dar vueltas en el cielo con sus naves espaciales, y me parece evidente que todo ese discurso sobre la humanidad está vacío. En la actualidad, la aviación es uno de los sectores que más contaminan por gases de efecto invernadero. Se estima que en un viaje largo cada pasajero produce alrededor de 1 a 3 toneladas de CO2. En contraste, los diez minutos que Bezos y sus amigos estuvieron en el espacio produjeron alrededor de 200 a 300 toneladas de CO2 por persona. Ya se ha vuelto de conocimiento general que una de las decisiones más contaminantes a nivel individual es la de tener hijos, una renuncia más a la cuál someterse. En promedio, esto conlleva la producción de 5 toneladas de CO2 al año (sin considerar que no es lo mismo nacer en los países desarrollados que aquellos “en vías de desarrollo”, no todos contaminamos igual). Dicho de otra forma, en sus diez minutos espaciales, Bezos y compañía contaminaron lo mismo que dos seres humanos en 80 años de vida.

Ya en la Tierra, en otra de las tantas entrevistas que dio, Bezos tuvo la amabilidad de agradecer a todos los empleados y clientes de Amazon; de decirles que nada de eso hubiera sido posible sin ellos, que somos nosotros. Lo que más me sorprende es que estos billonarios que hoy juegan en la estratósfera no están errados en su diagnóstico inicial. La humanidad se ha convertido en una sociedad planetaria, si no en su organización, definitivamente en sus efectos. Apresurados tomamos las riendas y como dijo McKibben, hoy ya no hay espacios en el planeta que sean realmente salvajes. En nuestras manos descansan todos los hábitats que queremos replicar en otras rocas y que hoy incendiamos en la nuestra, todas las especies que cada año se extinguen y todos los seres humanos que han de sufrir este colapso. Es cierto que nuestros problemas ahora son planetarios; y por ello veo a estos astronautas como uno de nuestros más grandes fracasos.

Encima de todos los argumentos logísticos, económicos y climáticos en contra de sus aventuras, lo que me sigue pareciendo inexplicable es la falta de imaginación de estos señores. No condeno sus sueños espaciales, ¿cómo reprochar ilusiones tan infantiles? Sin embargo, de cara a las catástrofes que ya vivimos es incomprensible para mí que su reacción sea el escapismo y la expansión a más y más fronteras. ¿Con quién pensarán habitarlas? Con todas las reacciones que estos viajes han suscitado, Musk tuiteó:

“those who attack space

maybe don’t realize

that space represents hope

for so many people”

No sé a quién se refiera. Si sus esperanzas son las de volar por el espacio como el Tesla que lanzó a flotar hacia el infinito, está muy bien, le deseo éxito; pero no podemos permitir que estos caprichos sean a costa de los sueños y las aspiraciones de todos lo que permanecemos aquí, con los pies en la tierra.


@el_abernuncio

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