Primera parte de tres.
Traducción e introducción breve de Carlos Arroyo
Esta entrevista de David Foster Wallace con la agencia de la televisión alemana ZDF, grabada en 2003, salió a la luz después del suicidio de Wallace en 2008. Se ha dicho que es la discusión pública más completa que existe de las ideas del escritor sobre la sociedad estadounidense y la crisis en la cual se encontraba la generación X en los años noventa y dos mil. Principalmente, Wallace discute el sentimiento de vacío y malestar, y la crisis intelectual y de ciudadanía en la cual Estados Unidos parecía encontrarse. Mucha de la discusión entre Wallace y la entrevistadora gira en torno a su novela La broma infinita (1996). La novela —una historia distópica en la cual Canadá, Estados Unidos y México forman un super-Estado conocido como la O.N.A.N. (en una referencia al término bíblico para la masturbación) y los años llevan los nombres de corporaciones— es considerada una de las novelas más importantes del siglo XX.
—Entrevistadora: ¿Crees que es cierto que el humor sólo puede salir de algo que es triste?
—David Foster Wallace: Sé que Wittgenstein creía que los problemas y preguntas y asuntos más serios y profundos sólo podían discutirse en la forma de chistes. Y sé que en la literatura estadounidense hay una tradición de los años cincuenta y sesenta llamada humor negro, que es un humor muy triste y sardónico. Estoy intentando encontrar algo interesante que decir para responder… Creo que quizás a veces sí puede ser así y que a veces no. Hay formas de humor que ofrecen escapes del dolor. Y hay formas del humor que lo transfiguran. ¿Eso tiene sentido?
—E.: Sí, perfectamente.
—D. F. W.: Ahora voy a empezar a sudar. ¿Sabes qué me ayudaría? Dime qué piensas tú. Si hacemos esto como una conversación, será más fácil para mí.
—E.: Claro. Yo escribí mi tesis de maestría sobre Thomas Bernhard. Y para Thomas Bernhard hay una teoría… Él tenía una enfermedad pulmonar muy fuerte, y no pudo respirar durante toda su vida. Su vida fue muy difícil. Además, odiaba Austria, que es donde vivía. Pensaba que todos eran nazis y había mucho catolicismo fascista. Odiaba todo. Pero, a partir de eso, él desarrolló un sentido del humor extraño. Sus novelas son muy oscuras pero, al mismo tiempo, para mí, son muy ingeniosas. Tienen un humor… Que es como música. Quería saber si tú piensas que es cierto que el tipo de sentido del humor que tú tienes viene de la amargura, la tristeza… O si esto es un cliché. También puede ser un cliché, lo de la tragicomedia.
—D. F. W.: La respuesta, para mí, es que no lo sé. Sé que, muy seguido, el humor es una respuesta a cosas que son difíciles. En Estados Unidos, hay una situación extraña en la cual, en algunos aspectos, el humor y la ironía son respuestas políticas, son redentoras. Y, en otro sentido, en el entretenimiento popular, la ironía y el humor oscuro pueden convertirse en una manera de… Es fingir protestar cuando en realidad no se está protestando. Alguien dijo que la ironía es la canción de un pájaro que ha aprendido a amar su jaula. Y, aunque canta sobre odiar su jaula, en realidad le gusta. Puede ser una llamada para despertar y una anestesia a la vez. La diferencia, en Estados Unidos, es peligrosa, es complicada.
—E.: ¿Y en tus libros? Para mí, tienen preguntas muy serias y a menudo son muy tristes. Pero, al mismo tiempo, tienen un sentido del humor, de alguna manera.
—D. F. W.: No estoy tan consciente de las cosas que son chistosas en los libros. En la versión estadounidense de La broma infinita, yo quería escribir un libro triste. Y, cuando a la gente le gustó, y me dijeron que era chistoso, me sorprendí. Es otra cosa rara sobre el humor. Yo doy clases de Literatura, y a veces enseño Kafka. Hay una historia sobre Kafka, de que, cuando escribía sus historias más aterrorizantes, sus vecinos se quejaban, porque Kafka se reía a la mitad de la noche cuando escribía estas historias. Las encontraba muy chistosas. Y sí hay cosas en ellas que son chistosas. Pero no creo que mucha gente entendería el que un escritor se riera tan fuerte como para que sus vecinos se quejaran. Quizás es difícil hablarle a un escritor sobre el humor o la tristeza en su trabajo, porque nuestro sentido tiende a ser distinto del de los lectores.
—E.: Sí, pero hubo una entrevista que diste. No sé para qué medio. Pero dijiste que, cuando empezaste a escribir La broma infinita, querías escribir algo sobre la tristeza. Así que la tristeza sí era algo que estaba presente en ese proyecto. ¿Podrías describir qué…?
—D. F. W.: Fue hace mucho tiempo. La manera más fácil de hablar de eso sería decir que, para la clase media alta, en Estados Unidos, particularmente para los más jóvenes, las cosas a menudo son muy cómodas materialmente, pero hay una gran tristeza y vacío. Es difícil pensar en eso. Y es difícil encontrar respuestas en lo abstracto. Y creo que empecé ese libro después de que algunas personas, no amigos cercanos pero sí personas que conocía, se suicidaron. Se volvió obvio que estaba pasando algo. Y sé que ese impulso jugó un papel en que yo empezara el libro. Pero el libro es tan grande, tomó tanto tiempo escribirlo, que es difícil recordar los impulsos al comienzo. Porque todo cambia. Es algo con lo que vives durante años y no algo sobre lo que tienes un presentimiento y sólo haces. Creo que una de las ideas en el libro es que hay un ethos particular en la cultura estadounidense, especialmente en la cultura del entretenimiento y el mercadeo, que apela a la gente como individuos, que no tienes que ser devoto de o servirle a nada más. No hay un bien mayor que tu propio bien y tu propia felicidad. En el libro, según recuerdo, los personajes se vuelven drogadictos. La raíz de “adicto” en latín es adicere, que significa devoción religiosa. Fue un atributo de los monjes. Hay un elemento en el libro en el cual muchas personas están viviendo algo que es cierto, que es que todos adoramos y todos tenemos un impulso religioso. Podemos escoger qué adoramos. Pero el mito de que no adoramos nada y no nos entregamos a nada es simplemente entregarnos a algo diferente, como el placer o las drogas o la idea de tener mucho dinero y poder comprar cosas bonitas. O, en una academia de tenis, es diferente; es una devoción a un objetivo atlético que requiere cierto sacrificio y disciplina, pero sigue siendo un deporte individualista, donde uno quiere avanzar como individuo. Dudo que esto tenga sentido. Pero, cualesquiera sean las condiciones de desesperanza de las que hablas, al menos en La broma infinita, tienen que ver con un ideal estadounidense, no universal, al que los niños se exponen muy pronto, de que tú eres lo más importante, y de que lo que tú quieres es lo más importante, y que tu trabajo en la vida es gratificar tus deseos. Es un poco crudo decirlo así, pero de hecho es algo de la ideología de aquí. Y definitivamente es algo de la ideología que es perpetuada por la televisión y la publicidad y el entretenimiento. La economía florece sobre este ideal.
—E.: ¿Y qué pasa cuando las ideologías se vuelven…
[En este momento, el camarógrafo interrumpe la entrevista.]
—Camarógrafo: Tengo que cambiar esta batería.
—D. F. W.: Mierda. Casi estaba diciendo algo lúcido. ¿Y no salió?
—Camarógrafo: Sí salió.
—D. F. W.: Me sentí lúcido.
—Camarógrafo: Le prometo que está bien.
—E.: ¿Salió la última pregunta?
—Camarógrafo: Sí salió. Pero está difícil, porque se mueve dentro y fuera de cuadro.
—D. F. W.: ¿Me muevo fuera y dentro de cuadro?
—E.: La cosa es que el fondo no es muy bonito. Y es por eso que no estamos mostrando…
—D. F. W.: Lo siento mucho.
—Camarógrafo: No hay problema. Porque está pontificando.
—D. F. W.: Ah, sí, gracias. Qué palabra tan bonita.
—Camarógrafo: Es una estilo espiritual, que me está jodiendo por completo. Es broma. Pero sí, puedo darme cuenta de que usted es muy…
—D. F. W.: ¿De que me muevo mucho?
—Camarógrafo: De que usted es muy reflexivo.
—D. F. W.: Pues son preguntas difíciles. Sobre todo si es algo que hice hace siete años.
—Camarógrafo: Bueno, yo sólo tomo las fotos.
—D. F. W.: Sí, yo cambiaría de lugar con usted en este momento.
—Camarógrafo: Cuando quiera.
—E.: ¿Entonces qué crees que pasa con esta ideología, cuando a los niños se les dice desde el principio que lo único que cuenta es su propia felicidad y su propia búsqueda de la satisfacción?
—D. F. W.: Claro que nadie te lo dice. Mamá y papá no te sienten y te lo dicen. Es algo muy sutil que es transmitido por muchos mensajes. Sólo de manera conversacional, ¿entiendes lo que digo? Dudo que los europeos tengan una idea de Estados Unidos distinta de lo que estoy diciendo. Es un motor y templo enorme de la autogratificación y el avance propio. Y, de algunas maneras, funciona muy, muy bien. De otras formas, no funciona tan bien. Porque, al menos para mí, parece que hay muchas otras partes de mí que necesitan preocuparse de cosas más grandes que yo, a las cuales no nutro en ese sistema.
—E.: ¿Y crees que los europeos saben eso?
—D. F. W.: Los europeos con los que he hablado sí lo saben. Cuando entro en discusiones con los europeos es porque su visión de esto es exagerada y simplista. Es una cosa muy complicada, y llena de paradojas e ironías y de todo tipo de cosas. La idea de que Estados Unidos es un gran centro comercial, de que lo único que queremos hacer es agarrar las tarjetas de crédito y salir a comprar cosas es un estereotipo y es una generalización. Pero, como forma de resumir un ethos en los Estados Unidos, es bastante precisa. Sobre todo después de las elecciones que acabamos de tener el martes. Estados Unidos no está mejorando en esta área. Parece que está empeorando.
—E.: Sí, yo he estado viniendo aquí cada año durante los últimos años. Y me pareció ver algunos progresos en eso, ese desarrollo. Cuando uno va a las tiendas departamentales, la gente parece más agresiva cuando intenta venderte cosas. Por otro lado, me gusta, porque en Alemania… Allá hay una crisis intelectual. Todo está parado, de alguna forma.
—D. F. W.: Hay algunas paradojas que acompañan el ser un país occidental rico e industrial. Quizás son bastante comunes. Nosotros tenemos nuestros problemas raciales. Ustedes tienen los problemas de absorber Alemania del Este y todo eso. Me quedaré fuera de la política. Es demasiado alterante.
—E.: En la entrevista que leí, también dijiste que querías escribir algo sobre una generación. No parecías seguro de si tenías razón sobre esta generación. Pero tenías el sentimiento de que tu generación estaba en ese tipo de problemas.
—D. F. W.: Lo que recuerdo es que una de las razones por las cuales el libro ocurre en el futuro es que… Ahora tengo cuarenta años. O sea que nací en los años sesenta tempranos. Hasta cierto punto, la gente de mi generación todavía cree que son niños, que son gente que tiene padres. Y recuerdo querer hacer algo sobre la situación de nuestros hijos, sobre la siguiente generación.
—E.: Y lo de la vida de niños… ¿Esto también ha tenido que ver con…? Hay una historia en Entrevistas breves con hombres repulsivos donde la persona deprimida siempre está hablando sobre la mujer y el niño herido interno. ¿Es algo que va junto?
—D. F. W.: Ese lenguaje, el del “niño herido interno”, es parte de una psicología pop estadounidense, que es un freudianismo popular que tiene su propia paradoja. Entre más nos enseñan a enlistar y tener resentimiento por las cosas que no tuvimos de niños, más vivimos en esa ira y frustración, y más permanecemos como niños. Ésa es una forma muy simple de decirlo. Pero creo que el personaje en esa historia es un compendio de lo peor y lo más doloroso del movimiento de psicología pop. No sé si hay un análogo en Europa Occidental.
—E.: Creo que sí lo hay. Y, cuando dijiste que… Me parece que en Europa también hay una reticencia a crecer y a vivir la vida en los términos que pone la vida. ¿Qué deberá hacer esta generación que no es capaz de crecer?
—D. F. W.: Déjame agregar algo que apuesto que has notado al hablar con escritores. La mayoría de las cosas sobre las cuales pensamos que estamos escribiendo es muy difícil de discutir de frente, en una estructura de preguntas y respuestas. Y, en algunos sentidos, no puede hablarse directamente. Y es por eso que la gente inventa historias al respecto. Es una gran defensa. Porque siento que lo que estoy diciendo es tan simple y reduccionista que… En la medida en la que yo lo entiendo, ser adultos no es divertido. Hay cosas que quieres hacer. Hay cosas que no puedes hacer, por muchas razones. Y creo que, para los jóvenes de Estados Unidos, hay mensajes confusos en la cultura. Hay una racha de moralismo que propaga las virtudes de ser adultos y tener una familia y ser ciudadanos responsables. Pero también hay un sentido de hacer lo que quieras, gratificar tus apetitos, porque, cuando yo soy una corporación apelando a las partes de ti que son egoístas… Ésa es la mejor manera de venderte cosas, ¿no? Entonces, el punto que sale de eso es que… Creo que es otro ejemplo de… Los sistemas económicos y culturales estadounidenses funcionan muy bien en términos de vender productos a la gente y lograr que la economía florezca. Pero no funcionan tan bien en lo que respecta a educar a los niños o a ayudarnos a ayudar a otros a saber cómo vivir, a ser felices. Si esa palabra significa algo. Claramente significa algo diferente de “Haz lo que quieras hacer”, de “¡Quiero tomar este vaso ahora mismo y arrojarlo!”. ¿Sabes? Lo vemos con los niños. Eso no es la felicidad. Ese sentimiento de obedecer todos los impulsos y gratificar todos los deseos me parece una esclavitud. Nadie habla de eso así. Hablan de libertad de elección y de tener el derecho de tener cosas y de gastar todo el dinero que tengas. Decirlo así me suena muy crudo y simple, pero así es.
—E.: Una vez que estás en Europa…
—D. F. W.: ¿Esto tiene sentido para ti?
—E.: Completamente. Y no estoy mintiendo ni nada.
—D. F. W.: Pero, tú has pasado tiempo en Estados Unidos. ¿Esto es algo que…?
—E.: Sí, pero creo que no sólo es un problema en Estados Unidos. Porque todo lo que pasa aquí de alguna manera es copiado por la gente en Alemania. Y allá también hay un impulso de que sólo tienes que hacer lo que te hace feliz y olvidarte de todos los demás. Y no quieres estar con personas aburridas o con personas que te necesitan. Porque eso no es atractivo y todo eso. Entonces, es más o menos lo mismo. Claro que tiene sentido para mí.
—D. F. W.: Y funciona muy bien como un sistema para manejar una economía y hacer que los bienes se produzcan y se vendan. Funciona maravillosamente. Las formas en las cuales no funciona son mucho más difíciles de discutir.
—E.: Entonces, hablando de eso, de lo que no funciona, ¿dónde no funciona?
—D. F. W.: Reduciéndolo a términos generales, como ser adulto, o como un término que rara vez se usa aquí… Ahora voy a dar pena, porque voy a sonar como mi abuelo o algo así. Pero la palabra “ciudadano”, la idea de ser un ciudadano sería entender la historia de tu país y las cosas que son buenas sobre él y las que no, y cómo funciona el sistema. Y tomarte la molestia de aprender sobre los candidatos que van a ser electos, lo cual significa leer. Y eso no es divertido. A veces es aburrido. Pero, cuando la gente no hace eso, pasa esto: ganan los candidatos que tienen más dinero para comprar anuncios de televisión. Porque los anuncios de televisión son, casi siempre, lo único que los votantes saben sobre los candidatos. Entonces tenemos candidatos que están comprados por grandes donantes, que se vuelven, de algunas maneras, corruptos. Eso les da asco a los votantes, lo cual los vuelve todavía menos interesados en la política, menos dispuestos a leer y hacer el trabajo de la ciudadanía. Cuando yo era niño, había una clase llamada “Ciudadanía”. “Aquí hay ciertas cosas sobre Estados Unidos y sobre la historia de Estados Unidos. Por esto es importante votar. Por esto es importante no sólo votar por el más guapo”. Esto es interesante. Y no sé si se puede traducir esto. Pero, al hablar de esto, me da vergüenza. Porque el que yo diga esto suena como si un viejo lo dijera, como si alguien estuviera dando lecciones. Esto, en la cultura estadounidense, hace que puedan burlarse de mí. Sería muy fácil burlarse de lo que estoy diciendo. Y puedo oírlo en mi cabeza, a una voz que se burla de todo esto conforme lo digo. Y ésta es la paradoja de lo que es ser un estadounidense medio inteligente, o un europeo occidental. Que hay cosas que sabemos que son correctas y que sería mejor que hiciéramos, pero, constantemente, es como: “Es mucho más divertido y lindo ir a hacer otra cosa. ¿A quién le importa? Todo es una mierda”. Una disculpa.
—E.: Es igual en Alemania, cuando la gente quiere decir algo y sabe que, al mismo tiempo, hay un estereotipo intelectual. Pero no puedes olvidarlo.
—D. F. W.: Una de las cosas que causa es tensión e infelicidad para las personas. No creo que sea muy complicado ni que haya nombrado la única razón. La paradoja es que esa tensión y complicación en las personas también las vuelve blancos fáciles para los publicistas. Porque yo puedo decirte: “¿Te sientes incómodo? ¿La vida se siente vacía? Aquí hay algo que puedes comprar, algo que puedes hacer”. El término económico es inelasticidad de la demanda. Exijo todo el tiempo, sin importar cuál sea el precio. Y funciona muy bien, en términos económicos. Emocionalmente, espiritualmente, en términos de ciudadanía, en términos de sentirse una parte importante de este país, ¡o del mundo!… Estoy seguro de que la arrogancia y el desdén del gobierno estadounidense hacia el resto del mundo es desagradable, pero también es una extensión natural de ciertos mensajes culturales que nos enviamos a nosotros mismos sobre nosotros mismos que funcionan muy bien, que nos hacen muy ricos y muy poderosos. Todo es complicado.
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