Con esta selección de poemas de Andrés Tuxtla inauguramos la publicación de textos seleccionados en la Convocatoria 2021. Agradecemos a todos los participantes que compartieron sus escritos con nosotros.
Ajusco (2016)
No puedo escapar de mis visiones. Me siguen, como un murmuro continuo en la parte de atrás de mi cabeza. Es como si tuviera demasiados recuerdos. Los puedo ver todos claramente. Es el recuerdo de mi abuela manejando su Jetta viejo y fumando por la ventana. Mi padre el día que me compró mi primer coche y luego me lo quitó al día siguiente, porque no llegué a dormir. Veo a mi madre, acostada en su cama y envuelta en una cobija con encaje rosa, diciendo que está demasiado cansada, que por favor la deje dormir. Veo la colina donde crecí y la primera fiesta a la que fui.
No tengo cómo esconderme de mis recuerdos. Regresan a mí, como olas que golpean un acantilado de piedra muy susceptible. Esta noche es a Manuel a quien veo sonriendo a través del humo de su cigarro. Estamos sentados en una de las terrazas del edificio de la universidad, las que hacían que pareciera un castillo a medio construir. Solíamos escalar esas terrazas para ver el amanecer después de estudiar toda la noche. A las tres de la mañana la línea siempre se borraba entre lo que era real y lo que no, y nos sentábamos ahí callados intentando encontrar el significado de todo, la ciudad de México, nuestra presencia en el mundo, nuestra esencia. Si nos conocimos por casualidad, tenía todo el sentido del mundo. Manuel me enseñó la ciudad. Era un manojo de miedos e inseguridades, pero de alguna manera siempre se las arreglaba para hacerme sentir protegido. Si cierro mis ojos lo puedo ver manejando por el segundo piso del periférico en su Beetle negro que siempre le dije que lo hacía parecer afeminado. Voy sentado en el asiento del copiloto, está atardeciendo sobre Las Águilas, y él ha puesto uno de esos discos de Belle and Sebastian que siempre lo hacían llorar.
Hay dos casas que siempre veía cuando caminaba por Álvaro Obregón. Son negro con blanco y están hechas de madera y una es idéntica a la otra. Una es un okupa de mazahuas que venden bordados. La otra es ahora el restaurante Jack Kerouac.
¿Recuerdas cómo no solía haber ninguna construcción al sur de la ciudad de México? Es porque todo estaba cubierto por rocas. Porque hace mil años, cuando estalló el volcán, la lava cubrió la mitad sur del valle y se petrificó. Por muchos años sólo hubo musgo y rocas y un montón de árboles a medio crecer. Eso fue antes de las invasiones de tierras de los setenta, antes de la UNAM, antes de que Luis Barragán hiciera el Pedregal.
Cascada (2016)
Pongo mi película favorita
y me pregunto:
por qué mi vida
no parece ser nada como aquella
de las personas en la pantalla.
Es fantasía,
nadie vive así,
pero no puedo evitar preguntarme:
¿son más felices que yo?
Si sólo soy yo quien está
en este cuarto justo ahora,
ésta es mi décima mudanza,
entonces por qué parece que
cada persona con quien he pasado un rato
me acecha en mi mente
y dice:
ya no soy la persona
que conociste aquella vez.
La cascada hace un sonido
que es a la vez un rugido
y un susurro que me calma.
Siempre que me siento frente a ella
olvido
qué fue lo que me trajo aquí
la primera vez.
No toma más de dos minutos lejos del rugido para que el sentimiento de calma me abandone.
Si recuerdas cómo sonaban las calles de esta ciudad cuando tenías esta edad, tal vez ya habrás avanzado un paso más.
¿Para qué crear? ¿O cómo? Dice mi reflejo tenue en el panel de la ventana. ¿O sería mejor que escribiera un post en Facebook, preguntando si todos quieren ir por un paseo en lancha?
¿Recuerdas qué añorabas cuando tenías diecisiete años? Ibas a la preparatoria y pensabas: un día estaré lejos de toda esta mierda provincial. Una vez manejaste hasta el siguiente pueblo, en el coche de alguien más, y te preguntaste: si esto no me hace feliz, ¿qué sí?
Sabes lo que decían todos esos brujos en Oaxaca, sobre encontrar profundidad y significado y dejar atrás toda tu mierda terrenal. Si vas más alto en la montaña, encontrarás estrellas que burbujean con luz, azul, doradas y rosa plateado. Pero si bajas con las manos vacías sabrás que sólo estabas soñando.
¿Sabes quién era Mauricio? El güey que me llevaba al campo de golf a sentarnos en el pasto y ver el atardecer desde una colina, pero que después me pedía que moviera mi coche usado, porque sus padres podrían verlo y preguntarle quién era yo.
Recuerdo que una vez me pidió leer mi diario y me negué, porque justo ahí decía cuánto lo había querido y cómo un día solamente había dejado de quererlo.
Cuando tenía doce o trece, visitaba los suburbios nuevecitos al sur de la ciudad. Había albercas y cactus cada doce metros. Siempre me pregunté por qué el desierto parecía tan viejo y las casas tan nuevas, y también si todo el mundo vivía así.
¿Por qué, Adriana, viajar por el mundo no te llena tanto como debería? Y siempre acabas pensando en el lugar donde creciste, en el lugar en medio del desierto que pensaste no era lo suficientemente bueno para ti.
Recuerdo que una vez manejé hasta el siguiente pueblo y me emborraché junto a la torre de agua después de nadar en la alberca. Nunca pude entender el semidesierto ni por qué la gente era tan fría.
La primera vez que hice LSD había un campo de golf gigante y nubes que giraban arriba de nosotros, haciendo patrones con forma de cristales y sonidos que nos llegaban en ondas. Cuando manejamos de vuelta a la ciudad, el semidesierto por fin había perdido significado.
No quiero ver
otra foto de la pirámide de Teotihuacán
secuestrada por tu instagram.
Te dije que tuve que cerrar mi Facebook porque no quería que la gente se metiera en mi vida, pero la verdad es que soy yo quien no quiere saber todo lo que pasa en las vidas de las personas. Incluso caminando por la calle sólo quisiera que toda la gente desapareciera. Preferiría estar en un campo abierto, oyendo agua caer, que en la estación de metro escuchando a alguien hablar de los Smiths.
Se hizo tarde y regresamos a la ciudad en el coche de alguien más. Recuerdo el sonido agudo del viento, como navajas. Todas las luces de la ciudad se veían neón. Sólo entonces entendí la magia de la civilización. Querétaro era un pedazo del semidesierto, cactus y tres o cuatro colinas. En LSD Querétaro era un oasis de metal brillante, estelas neón que brillaban hasta el espacio, un coche de lujo con interiores de cuero y tecno francés sonando en el estéreo.
¿Recuerdas Querétaro en los años dos mil? Ya no es así para nada.