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La cueva mágica

En un lamento prolongado, tres notas se levantan y revelan el pálido rostro de Justine. Detrás de sus ojos azules, que se abren con lentitud, del cielo caen muertas las aves; y al frente de la escena resuena el acorde de Tristán.

Dirigida por Lars Von Trier, Melancholia es la segunda entrada de la Depression Trilogy. Comparada con sus películas hermanas, Anticrist y Nymph()maniac, la película mantiene un tono suave de principio a fin, que se vuelve inquietante mientras se revela el argumento central: Melancholia, un planeta que hasta ahora se ha mantenido oculto detrás del Sol, se dirige hacia la Tierra. No es claro hasta los últimos minutos si el planeta está rumbo a ser el fenómeno estético más importante de la historia, o si su trayectoria lo coloca en camino a aniquilar el único planeta con vida en el universo. Sin embargo, incluso con un peligro de dimensiones cósmicas, la trama carece del tinte épico que suele venir con los temas propios de la ciencia ficción; el lente fijo en la vida terrenal de dos hermanas.

La historia toma lugar en dos partes. El primer acto se centra en la noche de bodas de la hermana menor (Kirsten Dunst) que, sumida en un profundo episodio depresivo, es incapaz de lidiar con las demandas de la celebración. Pasan las horas y, conforme se acumulan los fracasos, las expectativas de su madre, su hermana, su esposo, su jefe, sus invitados y hasta del maestro de ceremonias, catalizan la angustia de Justine: desesperada, busca sin éxito a alguien que la escuche. El segundo acto gira la perspectiva y nos coloca del lado de Claire (Charlotte Gainsbourg) que, también desesperada, busca la manera de cuidar de su hermana enferma mientras navega los desafíos de la vida cotidiana: cuidar a su hijo, lidiar con su esposo, decidir qué comer.

Con frecuencia ponemos en oposición estos actos. Por un lado, colocamos los momentos especiales de la vida: casarse, los ascensos, los planes de comprar una casa en el campo y plantar manzanos; por el otro, pensamos la cotidianidad del matrimonio: comprar el súper, bañarse, dormir y trabajar.  Melancholia rechaza esta división y fusiona ambas facetas. La diferencia esencial entre Justine y Claire radica no en la realidad que viven, pues ambas llevan una existencia de comodidad y privilegio, sino en su experiencia de ésta. Claire es igual de exitosa, igual de funcional, en los momentos especiales que en los cotidianos; Justine es igual de miserable. Von Trier nos propone que la vida, sin importar la situación, se reduce a un problema singular: el deseo.

La idea no es nueva. Desde el primer momento, el único motivo musical de la película, la obertura de Tristan und Isolde, nos presenta este conflicto y nos regresa insistentemente a él. La referencia es significativa por distintos motivos. En 1857 Tristan und Isolde marcó un punto de inflexión en la obra de Wagner tanto en términos de composición cuanto temáticos. A lo largo de la ópera, los recursos más notables son el uso de armonías no tradicionales que terminan en acordes disonantes (como el de Tristán) y de suspensiones armónicas de cadencias prolongadas que no se resuelven; el resultado es el aspecto más llamativo de toda la pieza: una sensación constante de angustia y expectativa que no se consuma.

A la par, en contraste con sus óperas anteriores —donde el deseo origina la tragedia, pero no concluye en fatalidad (el deseo de Elsa por conocer el nombre de su amado Lohengrin, por ejemplo)— en Tristan und Isolde la influencia de Schopenhauer es evidente. El amor, en apariencia imposible, entre Tristan e Isolde, produce un deseo insoportable por el otro, un sufrimiento inescapable resoluble sólo en la muerte. Esta visión fenomenológica del mundo, donde el deseo se encuentra por siempre en choque con el mundo externo, es la piedra angular en la tragedia insalvable de Melancholia. No existe fuerza externa más potente que la inminente aniquilación del planeta.

Conforme la realidad se vuelve incuestionable, la desesperación explota: la seguridad en el mundo material de John (Kiefer Sutherland), el “experto en estrellas”, no le brinda alivio alguno frente a la impotencia de haber consolado a su familia en suposiciones: prefiere la muerte. Claire, privada del suicidio y abandonada por su marido, trata primero de buscar refugio para su hijo y ella; después, intenta hacer el cataclismo soportable con cena y música. Y Justine, de frente a la catástrofe, se baña en la luz del planeta que será su muerte. Es en este punto que se presenta la distinción más relevante entre Von Trier y el pesimismo de Wagner y Schopenhauer: Justine, a diferencia de Isolde, es incapaz de relacionarse con el mundo y con su propio deseo. La profundidad de su depresión le impide participar y funcionar en las situaciones mundanas; sin embargo, esta ausencia de voluntad le permite experimentar la aniquilación de la existencia desde un lugar distinto. En un giro final, los papeles se han invertido: Claire es incapaz de encarar la muerte mientras Justine lleva a Leo a construir una cueva mágica de palos en el fin del mundo.

“Dem Land das Tristan meint, der Sonne Licht nicht scheint.”


@el_abernuncio

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