I
Si hay una historiografía vasta e interminable, ésta es la de la ciencia ficción. Aquí pretendo agregar sólo una nota sobre una tendencia que no he visto discutida ni diseccionada: la confusión entre el género distópico y los peores futuros posibles.
II
Cuando escuché a la gente hablar sobre literatura distópica por primera vez, incluí títulos que otros probablemente guardarían en la parte de mero abajo de su librero: La trilogía de Vang, Dune, algunos cuentos de Cordwainer Smith, La guerra de los mundos. Todos estos títulos contienen mundos distópicos en el sentido ortodoxo de la palabra: un mundo en el que, idealmente, nadie viviría. Después, pensándolo bien, agregué la serie de libros de El embrujador y otras que muestran los mismos valores. No todas son ciencia ficción. No parecen tener en común nada, además de la filogenética de infiernos.
La etiqueta “distopía” recoge títulos de lugares distantes entre los estantes de las librerías. No busco hacer filología sobre el género, pero un poco de perspectiva quizá permita que mis argumentos tomen fuerza.
III
Considero que Tucídides inauguró el género con el diálogo Melio. ¿Por qué? Uno especula al leer historia. La absorción pasiva de fechas y nombres es un mito. La lectura de eventos implica ir a lugares, especular sobre ellos y eso, al final, también es literatura.
¿Cómo se pronunció el texto? ¿Qué cara pusieron los atenienses? ¿Qué esperaban y temían los melios? Después de los aciertos literarios clásicos, uno puede pensar que este diálogo comparte puntos con la fantasía totalitaria. Creo que toda la literatura distópica puede reducirse a una sentencia ateniense: “Los fuertes hacen lo que pueden, y los débiles sufren lo que deben”.
IV
Cuando escuché a alguien hablar de la distopía como un lugar similar a la Utopía original, me di cuenta de lo pobre que es la documentación alrededor del género. Ya no es una actitud o un método especulativo. La distopía, hoy, es un lugar delimitado, con fronteras claras, leyes y organismos. ¿De verdad podemos agrupar cientos de libros, desagradables, en una sola incidencia que englobe los posibles peores futuros? Mi respuesta es no. Hablar de la “distopía” como si fuera un lugar al que se le agregan nuestras pesadillas es como ver a Heródoto hablar sobre criaturas fantásticas nacidas debajo del orto de Helios. Divertido, pero una fantasía.
El peligro de reducir la literatura distópica a la fantasía totalitaria yace en el mismo peligro de leer historia sólo para memorizar nombres y lugares: convertirla en un catálogo muerto, inservible, que ve como lápidas a sus habitantes. ¿De qué sirve decir que Trump es como el Imperio o lo que sea si lo único que hacemos es tuitear desde casa? Especialmente mientras seguimos comprando en Amazon.
V
¿A qué se debe este fenómeno? Tengo una vaga idea, pero no me interesa discutir filogenia. Lo que me interesa es corregir este uso, donde lo distópico se reduce a una fantasía totalitaria donde el Individuo lucha contra El Gobierno (y son invariablemente gobiernos a los que se enfrenta la gente, una brillante muestra del sustrato político de los escritores). ¿No es una distopía, también, la eterna guerra de BattleTech? ¿No es el mundo de Sapkowski una distopía mágica? ¿No se acomoda más a nuestras preocupaciones el mundo de Juanito Nemotecnia? Sin embargo, la literatura distópica que leemos se parece más a Atlas Shrugged que a Neuromante.
VI
¿No es absurdo que el mayor temor de estos autores siga siendo la URSS? Éste es mi principal problema con las fantasías totalitarias: son reliquias de tiempos pasados, cuando la libertad personal y la rebeldía eran el antídoto a la burocracia roja. Esto se ve incluso hoy, en las protestas de Hong Kong. La gente afirma que la China de Tiananmen es la misma de hoy. Creo, sinceramente, que deberíamos temer más a los banqueros que al Big Brother que ve todos mis pasos y censura lo que se le antoja. No vivimos en 1984.
El lunes 7 de diciembre se comenzó a cotizar el agua como comodidad en Wall Street. No entiendo cómo vemos eso y aun así pensamos que nuestro mayor enemigo es la imposición de la URSS, y no los mirmidones argénteos que escalan el World Trade Center todos los días. Debemos reconocer que la literatura distópica abarca mundos distintos a los de las fantasías totalitarias. Y que, aunque aquellas creaciones literarias no son obsoletas, ya no representan lo mismo que antes. Hay muchos autores que logran vislumbrar nuestros tiempos con más fidelidad.
Alejandro Navarro (Monterrey, 1994) es letrólogo.