21.02 de 3000B
Después de meses sin ver luz, llegamos al tercer marte.
Por la mañana era apenas un punto celeste, casi blanco, en el horizonte. Resulta increíble pensar que ahora caminamos sobre él, respirando, ¡respirando! el aire casi más puro que el de Casa cuando mi madre crecía. Sin necesidad de máscaras, instalamos el campamento sobre el hielo pegajoso. Los científicos dicen que les recuerda a la estructura de la Antártida en Casa, casi demasiado. Pero bueno, ¿cómo podrían recordar algo que nunca vieron? Me miran con aprehensión, reconociendo su juventud, como si yo lo supiera. Pero no soy mi madre. Ella sí los hubiera corregido, porque conoció más que la caja de arena en la que yo pasé la infancia. Me pregunto si estará orgullosa de mí ahora que soy la gran aventurera, y recorro lo que ella descubrió de a gratis hace tantos años.
Probablemente no.
21.04 de 3000B
El humor de la tripulación es bueno. La chica encargada del conteo de oxígeno dejó de checarlo hace una semana. Me inquieta. Hoy en la mañana me metí a su camarote a la fuerza y noté que el porcentaje estaba 20% arriba de lo usual. ¿No debería preocuparnos que el planeta lo esté aumentando de manera tan drástica? Decidí hablar con el capitán, pero no lo encontré en ningun lado. Otro día será.
El resto trabaja bien. Los trabajos de minería en el hielo van viento en popa, y creo que estamos adelantados por un par de días. Hay comida, agua y buenos ánimos. ¿Qué más podría pedir?
21.05 de 3000B
Ha pasado otra semana y sigo sin encontrar al capitán. A través del hielo llegamos a una especie de cueva cristalina, hecha del mismo hielo de la superficie, pero con una consistencia distinta, casi pegajosa, como si al derretirse en las palmas no se quisiera ir. Quemé los guantes que usé para inspeccionarla. Nadie más pareció notar algo raro.
En esta revisión había más gente de la asignada al trabajo de excavación. ¿El carrito de comida trae suficiente para todos? No parece molestarles. Cantan y bailan bajo los cristales blanquecinos.
También me he dado cuenta de que el agua que beben tiene la misma textura extraña. Comencé a beber sólo de mi reserva personal. Los Pilares sabrán qué tan caro me saldrá a la larga.
21.06 de 3000B
Al fin conseguí el acceso al invernadero 1, y todo está en proceso de putrefacción. Las plantas no han sido regadas en semanas, las herramientas están desparramadas. En el registro de actividades no aparece ninguna tarjeta, sólo la del capitán. Pregunto por él y todos dicen que está ocupado. ¿No tendría sentido que me lo hubiera topado al menos una vez?
No tengo idea de qué comen los trabajadores. Sé que no usan el comedor, que está en las mismas condiciones que el invernadero. De hecho, no parece haber nadie en el resto de las instalaciones más que yo, mi sombra… y el hielo. No tengo idea de cómo sucedió, pero hay secciones de la Esfera en las que el suelo está cubierto de trozos de hielo en formaciones tubulares o raíces babosas; tentáculos, tal vez, pero no puedo estar segura porque nunca he visto uno en la vida real. No se parece al hielo sólido de la superficie. Me recuerda al que vi en la cueva que exploramos antes.
La cueva. Desde que comencé a beber mi propia agua, el resto de la tripulación no me permite bajar, a pesar de que soy la química más importante del equipo. Debe haber alguna razón. ¿El capitán me está ocultando cosas? ¿A mí, después de todo lo que he hecho por él y por su madre?
Tengo que averiguarlo. Bajaré hoy por la noche, la única hora en la que descansan, aunque sea por unas pocas horas.
21.06 de 3000B
No me dejaron. Iba a salir de la esfera cuando la meteoróloga, la interna, me bloqueó el paso. Por los Pilares, juro que de no ser por sus lentes no la hubiera reconocido. Llevaba meses sin verla, pero estoy segura de que su cara no era tan pálida… y de que tenía pelo…
— Doctora — dijo, y ni siquiera su voz me parecía real. — ¿A dónde va? Es la hora de dormir. No puede interrumpir al equipo.
— ¿Equipo? ¿Siguen trabajando?
— Sí, pero no la necesitan. Vaya a descansar.
Me guió hasta mi cuarto y el toque de su mano en mi brazo me dio escalofríos. Cuando me soltó, me dejó la piel llena de baba, como la del agua de la cueva. Cerré la puerta y me di cuenta de que un dedo se le había quedado en mi chamarra. Se deshizo entre mis dedos temblorosos. Vomité.